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Lo que tú tienes es mucho cuento

  • 'Mil cretinos', de Quim Monzó, es una ventana a estampas de una vida "medio feliz a ratos, miserable a otros"

De visita en un geriátrico, un hombre ayuda a su anciano padre a vestirse de mujer, pese a las protestas de éste de que aún es capaz de abrocharse el sujetador él solito: a continuación darán un breve paseo juntos por el jardín; un joven se encuentra con una antigua novia, tontean de nuevo, se enrollan, descubre que ella está gravemente enferma -con los días contados, vaya- y la lleva al altar sólo para descubrir, según pasan los meses, que el "fatídico momento" se demora de manera inexplicable y quizás él se precipitó tomando una decisión semejante; una mujer ya mayor, decidida a borrar las huellas del pasado, empieza cortando en dos las fotos en las que aparece al lado del marido y continúa desprendiéndose de todo cuanto pueda recordarle a él: su ropa, los libros, los muebles, los azulejos de la cocina, la pintura de las paredes, etc.

En Mil cretinos abundan las pequeñas tragedias cotidianas, los errores y equívocos que se transforman en cepos traicioneros y tragones, lances en una vida tan monótona como inquietante vividos, entre la perplejidad y la resignación, por unos personajes que abarcan y agotan todos los tonos del gris.

Un hombre mira por la ventana para distraerse, pero ese banal acto cotidiano llega a obsesionarle hasta el punto de negarse a abandonar una posición tan ventajosa; un escritor consagrado hace un comentario favorable del primer libro de uno nuevo en esta plaza y deviene víctima del acoso sutil, empero implacable, del escritor principiante; un tipo cuyos progenitores, viejos y achacosos, no hacen otra cosa que hablarle de suicidio, acaba por acariciar la idea de eliminarlos él mismo…

Deseos insatisfechos, rencores insatisfechos, gestos de insatisfacción que dibujan una mueca de dolor o asco en los personajes y un esbozo de sonrisa, quizás piadosa, en el lector; estampas de una vida "medio feliz a ratos, miserable a otros" -según dictamina Quim Monzó en La llegada de la primavera, quizás el mejor relato del lote-, fotogramas en los que predominan el fuera de campo, lo intuido, pues todo el mundo sabe (o debiera saber) que el cuento no funciona por acumulación, sino por su contrario. Ángel Olgoso lo dijo mejor que nadie: "Para contar un cuento, basta lo suficiente".

Un alumno, a quien han herido unos compañeros en el cuello, es obligado por un profesor a limpiar la sangre que le mana a borbotones pues está poniendo perdidos los pasillos del colegio; un príncipe azul, que no logra despertar a la bella durmiente de turno con el preceptivo beso de amor, decide probar una táctica más expeditiva para sacar a la moza de su sopor y le desabrocha la blusa, le alza la falda, se baja él los pantalones; una mujer regala a su marido jerséis que no se pone, discos que no escucha, libros que no lee, porque está convencida de que, si persevera, si no flaquea, un día su esposo será "como ella querría que fuese", quién sabe si lo conseguirá.

En Mil cretinos no son insólitos los finales abiertos. A Monzó le gusta dejar la puerta entreabierta para que los lectores, como los duendecillos de cierta fábula, entren y remienden el descosido; acaben la faena a su modo. Si tiran del lazo de crueldad que adorna el regalo de cada día, la caja dejará ver qué hay en su interior.

En fin, aunque quizás alguna pieza quede por debajo de sus posibilidades, Mil cretinos ofrece un buen ramillete de relatos de un maestro consumado en el género. Historias, tramas, percances, ocurrencias, cuentos, mucho cuento. Lo que Quim Monzó tiene es mucho cuento. Más de un centenar. Si sumamos los diecinueve de Mil cretinos a los de su anterior libro, El mejor de los mundos (2001), y a los ochenta y seis cuentos del libro homónimo -a día de hoy, estos tres volúmenes reúnen la obra breve del escritor catalán- salen exactamente 118 relatos y una novela breve. Mucho, muchísimo cuento.

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