Ignacio MartÍnez de Pisón. escritor

"El deber de un novelista es dejar un recuerdo de la época que le tocó vivir"

  • El autor zaragozano conversa con Víctor Fernández gracias al programa Granada Ciudad Literaria

-La Transición española es un tema que ha tratado en varias de sus novelas, entre ellas la última -Derecho natural-. ¿Encuentra algún parecido con la realidad que se vive ahora?

-En la Transición veníamos de una dictadura larga y cruenta, y había que hacerlo todo nuevo. Ahora vivimos un momento de desconcierto, pero no hay un modelo mejor que el que tenemos y conocemos. Estamos en una especie de nueva transición hacia no se sabe qué, hacia lo mismo pero mejor, creo...

-¿Mejor?

-Soy optimista. De estos casos de corrupción y conflictos políticos de los últimos años al final hemos aprendido algo. Quiero pensar que la democracia, que es un organismo vivo, va a mejorar.

-Durante la Transición el humor negro campaba a sus anchas. Ahora, una chica hace bromas desafortunadas sobre la muerte de Carrero Blanco y lo paga con la cárcel. ¿No le parece de locos?

-Entonces había tolerancia hacia el que pensaba diferente y había una necesidad de consenso, de llegar a acuerdos. Ahora parece que se es más intransigente con el que no piensa como tú. Eso dificulta la democracia. Estoy seguro de que al final los políticos entenderán que la sociedad les demanda que se entiendan entre ellos. No hay otra manera.

-Dice que los escenarios por donde pasa la familia protagonista de Derecho natural simbolizan los tropiezos de la primera generación nacida en democracia. ¿Cuáles son esos tropiezos?

-Estamos hablando de un momento en el que España está por hacer. Un momento en el que las leyes no consagran los derechos que las democracias consagran. Muchas leyes tardan mucho en aprobarse. Estoy hablando de un momento en el que existen vacíos legales. De ahí el título. El derecho natural habla de una concepción de justicia superior y anterior a las leyes, una tradición de la Filosofía del Derecho que en unos años como aquellos tenía más sentido. La interpretación subjetiva de las leyes tenía sentido en aquella época, dado que las leyes todavía no consagraban los derechos que decían que iban a consagrar. Ahora las leyes están mejor hechas, pero hay un margen para el desacuerdo. Está el caso de Cassandra, sí. La condenan a un año de cárcel por contar chistes de Carrero. Seguro que el 90% de la gente en España no está de acuerdo con esto.

-¿Cree que la justicia es igual para todos en este país?

-Ese no es el problema, el problema es que las leyes dan un margen a la interpretación. Te pueden tocar unos magistrados que aplican la ley de una manera, mientras que la sociedad quizá no lo aplicaría de manera tan estricta. Desde luego en aquella época se podían contar chistes de Carrero y todos los contábamos, y no sólo no corríamos el riesgo de ir a la cárcel sino que era divertido, una manera de reírse de la España oscura de la que salíamos. Ahora, lamentablemente, vivimos en una España donde no se pueden contar chistes sobre él.

-Durante la novela, navega entre la comedia y el drama. ¿Eso es lo que más realidad le imprime a la historia?

-Sí, a mí siempre me ha gustado que mis novelas tengan un tono levemente humorístico. Ésta creo que es la novela donde hay más situaciones jocosas, pero al mismo tiempo está teñida de melancolía, dolor, tristeza. Cuentas la historia de una familia a lo largo de 20 años. Hay momentos gozosos y triste al igual que en la vida misma. Quiero que mis novelas se parezcan mucho a la realidad, la sustituyan. Quiero que la vida que creo para mis personajes se acerquen a la vida que nosotros vivimos.

-Una estudiante de Erasmus, por ejemplo, podría conocer la historia de España a través de sus novelas.

-Puede ser. No soy el único escritor que habla sobre la Transición en sus libros. Ahora somos unos cuantos novelistas de la misma generación que conocimos aquello. Cuando contamos historias pues estamos contamos cómo era aquella España. Una de los deberes, una de las misiones del novelista, es dejar un recuerdo de la época que te tocó vivir. La etapa en la que yo me estaba construyendo como persona, por tanto lo más importante para mí, fue la Transición. También España se estaba construyendo como país. Curiosamente cumplí la mayoría de edad el mismo mes que este país vota el referéndum. Tengo esa sensación de que el crecimiento de esta España es el reflejo del mío personal.

-Se vuelve a fijar en la familia, en eso que le imprime a uno el carácter.

-Sí, es el ámbito al que pertenecemos a lo largo de la vida. Por mucho que cambien los modelos de extensión familiar, hay algo atávico en las relaciones entre los miembros de una familia. Esos lazos te unen de una forma intensa, pero también cuando surgen conflictos pues son conflictos que llevan una carga más profunda detrás. A veces los conflictos son más dolorosos precisamente porque son entre miembros de una misma familia. Me gustan las historias así porque la tradición más antigua de la literatura también se ha nutrido de conflictos entre hermanos, entre cónyuges, entre padres e hijos.

-¿Le cala más las historias de gente corriente?

-La gente corriente también es protagonista a su manera porque, aunque no seas presidente del Gobierno, las decisiones que se toman en la política nos afectan. Por tanto, en nuestra vida se puede ver el reflejo de una historia superior: la historia colectiva. Me gusta hablar de eso, de los choques entre los destinos individuales y el gran destino colectivo. Tu vida deja de estar a tu merced. Eso ocurrió, y lo he sacado en dos novelas, el 23 de febrero de 1981. Teníamos la sensación de que la vida dejaba de estar en nuestras manos.

-Dependía de un militar.

-Dependía de un señor con un tricornio y una pistola. Un chaval joven como yo temía lo peor: una guerra.

-¿No le asusta este mundo dirigido por los mercados y la socialdemocracia donde la gente vota a Marine Le Pen?

-Sí, Europa entera está asustada ante la posibilidad de que finalmente en alguno de estos países civilizados acabe teniendo mayoría esta ultraderecha maquillada. Una ultraderecha que alimenta a propósito el miedo al de fuera. La ultraderecha ya no va con uniforme militar, ni da golpes de Estado, ésta se aferra el temor al de fuera.

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