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Si no hay manera de bailar a solas

Teresa Nieto continua trabajando en una línea abierta en Consuelo, su anterior espectáculo que pudimos ver dos temporadas atrás. Ambas danzan la tragedia cotidiana del miedo a la desaparición sin otro, el desconsuelo sentimental, la incapacidad o dificultad de bailar a solas. Si en la dramaturgia de Consuelo la cuestión se dirimía en la privacidad del salón, la habitación del yo; en Ni palante, ni patrás (No hay manera, oiga..) -desde el mismo título, parece que ya llama a una continuación- Teresa Nieto recurre a la fiesta para ponerla en solfa por contraste disparando la tragedia íntima, un flan subjetivo y personal entre un baño maría festivo y colectivo.

La pieza despliega coreografías interpretadas por dos parejas, una duplicación escénica de un mismo protagonista: el paso a dos. Llama la atención ahí cierta dosis de violencia masculina sobre la mujer, una dominación y superioridad que anula al personaje femenino y que no proyecta en otras coreografías un derrumbe similar para el personaje masculino. Hay un dueto festivo masculino que desarrolla la complicidad entre los dos personajes masculinos, indiferentes a las repetidas llamadas de atención de las mujeres que les salen al paso con diferentes modelitos de fiesta. El subtítulo de la pieza (No hay manera, oiga…) no termina de decir, calla, lo que baila la escena: No hay manera, oiga, de bailar a solas. De hecho la pieza carece de solos, salvo un instante en el que Teresa Nieto baila cierta confusión o incapacidad de moverse. La pieza es bastante elocuente en este sentido.

La obra es una suerte de tríptico en el que dos fiestas, de apertura y cierre, enmarcan un centro que pueda leerse como la estricta intimidad de la pareja, una intimidad más tortuosa que festiva.

El suelo de danza negro, de charol, imprime a la pieza un aire de lujo y, sobre todo, lo que aporta es un juego de espejo, las aguas del reflejo -en el que no se miran los intérpretes- pero que se da a ver al mirón de la escena.

No hay manera, oiga…tiene un comienzo álgido, en el que las cuatro intérpretes se apiñan en un metro cuadrado rodeados por la multitud del espacio negro vacío, la fiesta privada de traje largo y champán donde la seducción está servida, ese es el encierro metafórico del que cuesta apartarse, salir. La última parte de la obra traslada esa misma fiesta a la calle, la verbena. Como si no existiera un mundo aparte de esa fiesta y tragedia individual, ni contigo ni sin ti, que atraviesa como un continuo el calendario. Ni palante, ni patrás en su dramaturgia fragmentaria desarrolla una narrativa irregular, hay tiempos muertos y poéticos, también despliega el rol femenino del ser subyugado por la seducción.

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