obituario

El paraíso cerrado deJulio Juste

  • Fallece en su casa el artista plástico y visual cuando estaba a punto de inaugurar su nueva exposición en el Palacio de los Condes de Gabia

Una bochornosa tarde de agosto del 84, mientras luchaba por concentrarme en la resolución de los últimos trabajos antes de iniciar un viaje de verano, sonaba el teléfono del Gabinete Ciudad y Diseño y, al otro lado, Fernando Huici, crítico de arte del diario el País me anunciaba la concesión a Julio Juste del prestigioso Premio del II Certamen Internacional de Pintura Festivales de Navarra. En breve charla me justificaba la concesión, que fue unánime, por la destacada solidez de la pintura de Julio en un panorama de incertidumbres y dudas que dominaba sobre la pintura española, también, textualmente, "por su frescura y refinamiento".

Si los años ochenta sirvieron para orientar los caminos del arte inmediato posterior, marcaron también el vicio y la casi obligación del encuadramiento y la homologación en las modas a las que inexorablemente han de acomodarse los artistas, si quieren hallar la anhelada sintonía social. Julio Juste decidió sintonizar a través de otras emisoras de la creatividad, seleccionadas exclusivamente por él, algunas de ellas por él concebidas y, en esos territorios de audiencia, expandió su intensa vida de artista, singular, polimórfico, polisémico y, por contraste con ese álgido y exitoso momento del Premio Festivales de Navarra, austero.

"Condenado a ser siempre refinado", en palabras de un amigo común que ahora no recuerdo, sincronizaba su labor investigadora sobre la ciudad, Granada siempre, con el diseño gráfico y los desarrollos de la tipografía, campo en el que no he conocido mayor sabiduría que la suya. La pintura, la música -sobre todo en los últimos tiempos-, el vídeo, eran sus lenguajes, con los que se expresaba en simultaneidad, a un ritmo marcado con mano firme y precisa. Y prisionero de ese refinamiento, sus últimos años los ha dedicado también, de manera prolífica, a la escritura de bellísimos relatos en su segunda residencia, el mundo imaginario tridimensional second life, al que dedicó su tesis doctoral El metaverso: la escritura del imaginario, defendida con brillantez en su universidad en 2010.

Nos conocimos al inicio de nuestra carrera universitaria, en las aulas y patios del Hospital Real, donde orientábamos nuestro conocimiento de la Historia al tiempo que participábamos de la historia del cambio democrático español con nuestra militancia en el Partido Comunista. Yo reconozco magisterios plurales en aquella brillante nómina de profesores de aquellos años setenta, pero ninguno más definitorio de quien soy y como pienso que el que obtuve de él. Por su profundo carácter analítico, por su capacidad de interpretación de los fenómenos sensibles, por su rigor y orden en el estudio de la historia y la filosofía, por su brillantez conceptual. Recuerdo con regocijo cuando en asambleas o reuniones decidía intervenir: era tal su rotundidad y precisión que era temido por todos, pues sus argumentaciones ordenadas y sucesivas se proyectaban como un mandoble en las espaldas del que se manifestaba con ligereza. Compartimos muchos proyectos juntos en esos años universitarios, proyectos que nacían como continuadas erupciones volcánicas de su veloz mente y que, de la misma manera, se desechaban al surgir otro nuevo.

En 1982 fundamos con José Carlos Rivas el Gabinete Ciudad y Diseño, un moderno espacio de estudio y creación que renovó la imagen de la Granada con sus reclamos y carteles y ediciones bibliográficas, al tiempo que profundizábamos en los estudios sobre urbanismo, una especialización que compartíamos los tres y que nos significó el primer ingreso económico común con la realización del Catálogo de Edificación Histórica de Granada para el planeamiento municipal. Allí, proclamamos que el trabajo debía ser también diversión y no faltaba la oportunidad para idear a qué nos íbamos a dedicar: a promover grupos de música, a diseñar muebles y complementos, a crear moda, a fomentar los espacios de diversión, los bares, los pubs, las discotecas. Y durante unos años nos sentimos felices y protagonistas de nuestro tiempo acompañados por Pablo Sycet, Valentín Albardíaz, Alfonso Sánchez Rubio y otros muchos amigos. Julio siempre fue la locomotora de este tren. En 1982 me incorporó al grupo de la Galería Palace y allí me formé en una parte muy importante del profesional que hoy me considero, siempre bajo su magisterio.

Y desde entonces hasta ahora, ya con la lejanía y la intermitencia, los tiempos nos permitieron de vez en cuando confluir y desarrollar entre ambos algunas que otras colaboraciones que para mí siempre fueron fructíferas. En todo este tiempo, él, en esa austeridad de la que hablaba antes, se condujo con un entusiasmo y una energía que recordaré toda mi vida como ejemplo de dignidad y coherencia.

Me dicen los amigos que lo despidieron la noche del jueves, tras los últimos toques a la exposición individual que ayer inauguraba en el Palacio de los Condes de Gabia, que estaba absolutamente feliz. Esta es la última imagen que me gustaría retener de él.

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