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El rigor pesa más que los escándalos

  • Obras como la de Eugenio Merino, que ha provocado una protesta de Israel, no le hacen ningún favor a Arco, una feria que no merece la fácil coartada de la provocación y donde se muestran obras de interés y calidad

Cualquier feria es un acontecimiento comercial. También las de arte. Y en cuestiones de mercado bueno es vender una imagen de éxito aunque no tenga el menor interés artístico. Desde mi punto de vista ése es el caso de Eugenio Merino (la galería ADN) al superponer las tres figuras de las religiones del libro. Es una imagen fácil, kitsch, no por su hechura sino porque, siendo sólo una caricatura, es pretenciosa en ambición y escala. Obras como ésta no le hacen ningún favor a Arco ni a este país que, si le regalan un escándalo, ya se siente excusado de la perversa costumbre de pensar.

La edición 2010 de Arco no merece esa fácil coartada. Hay en ella obras e iniciativas de interés y calidad. Hace algunos años proliferaron las fotografías. Muchas de ellas sin interés: bellas figuras de chicas y chicos, y cuidados paisajes. Cromos selectos y poco más. Este año las cosas son distintas: La serie de Ángel Marcos, La mar negra (mujeres africanas sin medios sobre imágenes de alegres muchachas de países ricos: galería Hilger Modern) o la de Sanya Ivekovic en Espai Visor, fotos de mujeres antifascistas acompañadas de su historia bajo la ocupación nazi de Yugoslavia, marcan ya un nivel de inteligencia crítica. A ellas hay que añadir el trabajo de Paula Rubio (Espacio Cómodo), que denuncia las enfermedades derivadas de metales pesados que sufren quienes viven en Pasco (Perú). En cierto sentido prosigue las célebres fotos de Alfredo Jaar, Gold in the Morning, sobre las condiciones de trabajo de una mina en Brasil (la expone Oliva Arauna).

Otros nombres consagrados a reseñar son los de Muntadas (puentes: ¿un paso de fronteras?) y Marina Abramovic en La Fábrica, y los distanciados paisajes urbanos de Peter Downsbrough en Angels Barcelona.

La fotografía puede además relacionarse con otras formas de arte: Ana Laura Aláez compara el ritmo de los cuerpos fotografiados con esculturas abstractas tan suaves como dinámicas (Soledad Lorenzo), mientras que Hans Op de Beeck (Ronmandos Gallery) fotografía cuidadas acuarelas de paisajes que él mismo pinta.

El mismo rigor que en la fotografía se observa en vídeos como los de Alexander Apóstol o Eulalia Valldosera y en general en el arte tecnológico donde brilla con luz propia el mexicano Lozano Hemmer, en Max Estrella, que también aloja los trabajos de Dionisio González.

No falta la pintura. También aquí hay nombres consagrados: Juan Uslé, Victoria Civera, un excelente Jo Baer -este último en Elvira González-, Alex Katz y una interesante revisión del Grupo Ruptura, uno de los que cultivó el arte geométrico en Brasil en los años 50 (Galería Luciana Brito). A ello se añaden los autores alemanes: están los nombres de siempre -Markus Oehlen, Forg, Imi Knöbel y aun dos obras de Kippenberger- pero la tradición no se interrumpe y prosigue con autores más jóvenes, como Steinmeyer o Zimmermann. Son además galerías alemanas las que promueven los dibujos del joven Rinus Van de Velde o las pinturas urbanas del puertorriqueño Enoc Pérez.

La feria, pues, no precisa oportunismos. Posee la suficiente madurez como para que crezcan otras ferias en su entorno. Just Madrid, que inicia su camino este año, no es un salón de rechazados de Arco, sino una propuesta reducida (25 galerías, de ellas 12 extranjeras) casi toda dedicada al arte joven. Los stands, reducidos, sólo de 20 metros, se dedican con frecuencia a un solo artista, aunque se dé información de los demás. Es una propuesta inteligente: abarcable, permite ver las obras con calma y detenimiento y al estar situada junto al espacio Matadero, permite visitar otras muestras (como la de la colección Iniciarte).

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