La gente se cree que las Academias, en general, son instituciones a las que se las consideran cotos cerrados donde habitan, más o menos, sesudos integrantes añosos, donde el tiempo ha detenido su imperioso transcurrir y donde se suceden trasnochadas y ultramontanas actuaciones, alejadas de lo real, de espaldas a la ciudadanía y con normas desfasadas de posiciones intocables. Mucho de esto ha sido verdad, por qué se va a negar. Lo dice alguien desde dentro que pertenece, con honor, a tales corporaciones.

Puedo asegurar que el cuerpo académico es consciente de lo que ha sido y, por ello, lucha denodadamente para que la realidad sea otra muy distinta a dichos postulados. Las Academias, aunque existan detractores imbuidos de proclamas interesadas y de banderías afectas a progresismos de boquilla quieran vender lo contrario, luchan por abrirse a la sociedad, ofrecen actuaciones de variadísimo calado – la Academia de San Dionisio patrocina, casi todos los martes del año, conferencias de los más diversos conceptos y circunstancias- y han puesto sus históricos legados al servicio del pueblo.

Es fácil la crítica desde las aceras de enfrente y desde posiciones viscerales de los que no saben ni dónde se encuentran sus sedes ni han traspasado sus umbrales. La mayoría de las Academias luchan por una apertura social con unos argumentos convincentes y cercanos a la inmensa mayoría. La Academia de Jerez lo está demostrando con entusiasmo; la de Bellas Artes de Cádiz, con su sede natural en ruinas y abandonada por la indolencia de las instituciones que miran a otro lado, está abriendo sus puertas a nuevos académicos de indiscutible valía y cercanos al pueblo; está dirigida por uno de los más renombrados fotógrafos de país, Pablo Juliá; tiene entre sus académicos a artistas y poetas conocidos por todos, como Carmen Bustamante, José Ramón Ripoll, Antonio Aparicio Mota o Joaquín Hernández ‘Kiki’, entre otros.

Recientemente ha ingresado el artista y museógrafo Paco Pérez Valencia y están a punto de hacerlo, el cantante y compositor Javier Ruibal y la cineasta Ángeles Reiné. Los que, todavía, argumenten maledicencias, deberían informarse.

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