El lanzador de cuchillos

Cerrad el piquito

Monedero presume de respetar a las mujeres. Bueno, a Angelines, peluquera jubilada, pueblerina y creyente, se ve que un poco menos

Ya lo escribí la semana pasada: Rubiales no puede representar al fútbol español. Reiterado lo cual, la cacería montada contra él es tan virulenta, tan desaforada, que ha activado en mí el resorte que me lleva siempre a ponerme del lado del linchado. Así que donde dije digo, no digo Diego, pero sí basta ya: los/as que habéis desfilado estos días por los medios y las redes para haceros ver, exhibiendo arteramente vuestro igualitarismo sin mácula, los/as que siempre estáis en el lado correcto de la historia –de esta historia y de la Historia en general–, hacednos un favor a los demás: cerrad el piquito.

La primera, la vicepresidenta cuqui –¡para rubiales, Yolanda!– que nos ha mostrado –una vez más– su verdadero rostro, exigiendo no ya la destitución del presidente de la Federación, sino la de todos aquellos que, por lealtad, amistad o lo que fuese, osaron aplaudir su discurso en la asamblea del pasado viernes. Si no fuera porque en Pyongyang no hay quien encuentre sombra de ojos, Corea del Norte le encajaría como una falda de Hannibal Laguna. A Vilda y De la Fuente que, en cuanto empezó la persecución, intentaron salvar el pellejo vendiendo a quien los ha defendido en momentos complicados, se les podría recordar el viejo adagio: “Entre el cargo y la dignidad, elegisteis mantener el cargo, y al final os quedaréis sin cargo y sin dignidad”. Bonito negocio.

Conviene no olvidar, aunque media España quiera enterrarlo bajo sacos de testosterona federativa, que Yolanda, y Pedro, y Echenique, y Montero, que estos días no paran de dar lecciones, son los autores de la ley que ha puesto en la calle a centenares de agresores sexuales, sin que la feminquisición que ha decretado la aniquilación del perpetrador del nanopico haya movido un músculo de la cara de cemento armado que maneja. Todas somos Jenny, que se lo está pasando de cojones en Ibiza, pero ni una palabra para la pobre mujer que estuvo a punto de ser violada por el tipo que se benefició de la pavorosa ley del sí es sí.

Mención aparte merece el despreciable Juan Carlos Monedero, que, cuando supo que la madre de Rubiales se había encerrado en una iglesia de Motril, vomitó su clasismo de niño pijo en un tuit infame: “Donde no se va a encerrar seguro es en una facultad de filosofía”. Este sujeto presume de respetar a las mujeres. Bueno, a Angelines, peluquera jubilada, pueblerina y creyente, se ve que un poquito menos.

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