Podríamos decir que a España le duele la cabeza con el asunto del proceso independentista de Cataluña. La cuestión es que, como pasa en el campo de la medicina, hay que preguntarse si estamos ante un síntoma banal o ante la manifestación de un problema mayor. Yo me inclino a pensar que estamos ante un enorme problema.

Tengo que reconocer que me cuesta saber con seguridad si desde fuera de Cataluña somos capaces de ver el asunto con cierta objetividad. Y esto es importante porque, si el problema es serio como yo creo, la objetividad en el análisis sería un elemento primordial. Puedo entender que hasta ahora el Gobierno no haya desvelado públicamente su estrategia, si es que la tiene. Pero empiezo a creer que el conjunto de los españoles merecemos saber ya cuál es el planteamiento del Gobierno en este asunto.

Estoy convencido de que este asunto está desbocado como consecuencia de una actitud inexplicable e injustificable de quienes desde el independentismo están llevando a la sociedad de Cataluña a un callejón sin salida. Pero también estoy convencido de que el Gobierno y el PP (ambos) tienen una gran responsabilidad en el origen del problema y en la evolución del mismo.

El proceso hacia la independencia es el dolor de cabeza que sería como el síntoma de un problema mayor; el problema mayor es la ausencia de un encaje adecuado a las aspiraciones territoriales e identitarias que hay en el conjunto del Estado. Y seguramente un tema complejo como este no tiene respuestas simples; una respuesta simple sin más es la postura oficial y pública del Gobierno cuando responde con la única opción del cumplimiento de la ley y la Constitución. Por supuesto que hay que cumplir la ley y la Constitución. Pero hace falta algo más.

Hace falta diálogo y respuestas políticas a un problema que tiene un origen y una naturaleza política y que debe resolverse reeditando acuerdos que permitan la convivencia respetando la igualdad de todos los españoles. Y la convivencia social en armonía solo es posible desde el respeto mutuo y el acuerdo.

Igual que en los primeros años de la transición hace cuatro décadas, los responsables políticos supieron estar a la altura de las aspiraciones y las necesidades de la sociedad española con el pacto constitucional, hoy se necesita política de luces largas y políticos de altura de miras que, igual que los buenos médicos, sepan distinguir el síntoma del problema de base para poner soluciones eficaces.

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