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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Elogio del consumo

En las tristes sociedades en las que solo se puede aspirar a consumir lo estrictamente necesario hasta esto suele faltar

En las vísperas del despertar que, junto al tan parecido del Domingo de Ramos, es el más hermoso del año, permítaseme hacer un elogio del consumo que tan frecuentemente se confunde con el consumismo siendo cosas distintas e incluso opuestas. El consumismo, dice la RAE, es la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios. La diferencia no radica en lo necesario, sino en lo inmoderado y, añado, en las calidades. En cambio, el consumo, dice también la Academia, es un sistema tendente a estimular la producción y uso de bienes no estrictamente necesarios.

Qué sea lo “estrictamente necesario” puede ser objeto de debate solo para quien no haya conocido la tristeza de tener lo justo para vivir –o sobrevivir– privándose de cuanto produce placer... Y conocimiento: no se olvide que solo se puede disfrutar de la lectura, la música, el arte o el cine cuando hay un excedente de tiempo y un excedente económico. Por eso el viejo socialismo exigía –como propuso Robert Owen allá por 1810– ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de recreo.

En las sociedades en las que solo se puede aspirar a consumir lo estrictamente necesario hasta esto suele faltar. Y son tristes. Recuerdo como, en mi infancia tangerina en los años 50, una parte esencial de las visitas de familiares y amigos era –además de las obligadas al Café Hafa para tomar un té verde, el aperitivo en el Café de París o la merienda con té, pastas y magdalenas proustianas en Madame Porte– el alegre tour por las tiendas de los indios densamente perfumadas con varillas aromáticas para comprar plumas Parker, mecheros Ronson o relojes, la visita a los almacenes Kent del Boulevard Pasteur de los que salían cargados de medias de nylon americanas y jerséis, polvos de talco, jabones y chocolates ingleses, y la ronda por los mercadillos, como el de Bouarrakia junto al Zoco Grande, en los que se vendían camisas y pantalones vaqueros americanos de incierta procedencia. Todo no “estrictamente necesario”, por supuesto… ¡Pero tan grato para quienes venían de una España que acababa de salir de las cartillas de racionamiento!

Condénese, pues, el consumismo compulsivo, imbécil y poco placentero, que ya decía Epicuro que el exceso procura dolor. Pero no, puritanamente, el consumo inteligente, y por ello gustoso y de calidad, de tantas cosas que no son “estrictamente necesarias”. ¿O sí?

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