El lanzador de cuchillos

Huevos de oro

Si, finalmente, Rubiales presenta la dimisión es porque ya sabe que está muerto. Que es un zombi.

Rubiales es un gañán. Un tipo que, para celebrar la victoria de España en el Mundial femenino, se agarra los cojones en el palco, sin importarle lo más mínimo el despliegue de cámaras, estar rodeado de autoridades o tener a escasos tres metros a la infanta Sofía, menor de edad, no puede representar al balompié español ni un minuto más. Punto. Pero, si dimite, será obligado: es demasiado lo que pierde. Seiscientos y pico mil euros al año, más dietas, viajecitos y demás prebendas. Y poder; sobre todo, mucho poder. La inmensa –y oscura– autoridad de los dirigentes del fútbol de élite.

No se marchó cuando se supo de sus chalaneos con Piqué, jugador en activo del Barça, ni cuando espió al presidente de la AFE –otro poco fiable–, o grabó clandestinamente a altos cargos deportivos, incluidos la Secretaria de Estado y el Ministro. Tampoco fue suficiente para que cogiera la puerta la sospecha de que organizó una fiesta con putas en un chalé de Salobreña con dinero de la Federación ni que intentase ocultar el mayor escándalo arbitral de la historia de nuestro fútbol: el caso Negreira. Si, finalmente, presenta la dimisión es porque ya sabe que está muerto. Que es un zombi. Que el exceso de efusividad con la futbolista Hermoso ha acabado con su carrera. Ya no podrá aspirar a dirigir la UEFA, ni la FIFA; es un paria, un apestado social al que en los próximos meses le costará incluso salir a la calle sin ser insultado. Y, si no deja el cargo, más temprano que tarde, alguien –el Gobierno en funciones, el CSD en funciones o la periodista en funciones Maruja Torres–, lo obligará a hacer el petate. Da igual si es hijo de un antiguo alcalde socialista y si, hasta hace tres días, era amigo de Pedro Sánchez. El presidente lo dejó caer –¡qué novedad!– en la recepción a la Selección del pasado martes: “Lo que vimos fue inaceptable y las disculpas no han sido suficientes ni adecuadas”. Pulgar hacia abajo. Alea jacta est. Como dice Alfonso García, el mensaje es nítido: “Roba, mata, prevarica y soborna, pero no te saltes ni uno solo de los mandamientos woke, porque entonces sí que la habrás cagado”. Es el signo de los tiempos. Si, cien años después, Al Capone eligiera España para una segunda vida delictual, no sería condenado por corrupción o pertenencia a organización criminal (lo amnistiaría Sánchez) ni por evasión de impuestos (lo amnistiaría el PP): iría al trullo por pellizcarle el brazo a una camarera.

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