La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Todo depende de nosotros

Las cosas son como son. Pero solo depende de nosotros vivir la Navidad cristiana si deseamos hacerlo

La Navidad ya no es lo que era. Quizás. Pero, ¿qué o quién nos impide vivir la nuestra? La Navidad consumista ha encubierto la cristiana. Cierto. Pero, ¿qué o quién nos impide vivir cristianamente la nuestra, ver como una a una se van encendiendo las velas de la corona de Adviento, poner nuestro Nacimiento, hacer que día tras día la comitiva de los Reyes se vaya acercando al portal, contar a nuestros hijos y nietos lo que se está celebrando, ir –incluso a diario en este tiempo fuerte de la liturgia– a una de tantas misas que en tantas iglesias se celebran todos los días? ¿No será que en el fondo no creemos en esa Navidad cristiana que a la vez deploramos que se haya perdido, por no creer en Quién –no en qué, en Quién– en ella se celebra?

El consumo, que, como tantas otras cosas, es estupendo si se practica con cabeza, se ha desquiciado y cada vez se ven más criaturas cabreadas apelotonadas en grandes superficies de torturante calefacción, comprando sin alegría, como si cumplieran una condena, regañando a los niños, discutiendo las parejas. Cierto. Pero, ¿qué o quién nos impide comprar con ilusión pensando en la felicidad de quienes compartirán nuestra mesa o recibirán el regalo?

Las cosas son como son. Pero solo depende de nosotros vivir la Navidad cristiana como deseemos hacerlo. Es cuestión de saber en Quién se cree, qué se quiere, resistirse a las inducciones ambientales y hacer eso a la vez tan fácil y tan difícil que es vivir como deseamos y podemos, en vez de desvivirnos haciendo cosas que en realidad no queremos hacer. La esencia de la democracia cotidiana, la de verdad, es la convivencia entre quienes no piensan como nosotros, no creen en lo que creemos y viven las vidas que les apetezca vivir o se hayan dejado imponer.

El primer domingo de Adviento un sacerdote amigo recordaba en su homilía que para los cristianos el año empieza ese día, no el uno de enero. Tenía razón. Pero nada impide que los creyentes celebremos los inicios del año litúrgico y del civil (también marcado por el nacimiento de Cristo, por lo que los laicistas recurren a la tontería de antes o después de la era común para no decir antes o después de Cristo). Es cuestión de elegir en libertad dentro de nuestras posibilidades. Y de disfrutar. Sin avinagrarnos. Sin imponer. Sin dejar que nos impongan. Sabiéndonos vencedores gracias a aquel que, por amarnos, se hizo hombre y nació.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios