Mirada alrededor

Juan José Ruiz / Molinero

La historia se repite

LOS que hemos comentado periodísticamente, en vivo y en directo, el fin de los oprobiosos cuarenta años de dictadura franquista, la jubilosa restauración de la democracia y la sucesión de líderes de diversas tendencias -Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero- no puede sorprendernos nada o casi nada del espectáculo político, salvo constatar, con preocupación, el creciente despego de los ciudadanos por los discursos que se sustentan en campañas tan impresentables como las que hemos sufrido los últimos tiempos.

En las elecciones europeas del pasado domingo ha vuelto a ganar el PAE -Partido Abstencionista Español (o Europeo), lo he llamado alguna vez- y detrás de él, el partido que ha hecho la campaña menos pestilente.

Pero sobre las diversas lecturas que se hagan, creo que deberíamos invitar a ganadores y perdedores a hacer una reflexión sobre el cada día más preocupante distanciamiento de los ciudadanos a sus formas de transmitir sus mensajes y si no deberían licenciar a los autores -o autoras- de sus campañas publicitarias que tanto daño hacen a la credibilidad política y, en general, a la democracia, por la que todos deberíamos sentir el máximo respeto. Ese alejamiento que se observa, no sólo en España, de la ciudadanía con la clase política es muy peligroso y desalentador.

La democracia hay que cuidarla colectivamente. Pero los primeros que deberían hacerlo -y no siempre lo hacen- son los que viven directamente de ella y los que, al fin, se brindan a representarnos. Si esos representantes han hablado tan poco de la importancia de las instituciones europeas, y han dedicado buena parte de su discurso a las descalificaciones y los insultos, ¿cómo nos pueden pedir a los demás que nos interesemos por la verdad de Europa?

En política no todo vale para ganar unas elecciones por un puñado de votos incondicionales. Quizá los que se han quedado en casa se hayan rebelado por el constante atentado que se ha hecho a su inteligencia. A nadie nos gusta que nos tomen por tontos, aunque lo seamos.

He visto y comentado el fin de muchos gobiernos y gobernantes. Y siempre he detectado una constante con la que han tropezado: su patético orgullo cuando alcanzan el poder, para hacer, sin rubor, lo blanco negro, y su gusto por rodearse de aduladores -y aduladoras- capaces de elevarlos a categoría de estrellato planetario, anuncio, por cierto, del batacazo postrero.

Es una vieja historia que se repite siempre. Nosotros, los comentaristas, sólo la escribimos bajo una reflexión sobre la marcha o una mirada alrededor.

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