Cámara subjetiva

Ángeles Mora

Un nomeolvides

DURANTE toda la semana he pensado en decirle adiós desde esta columna a Ángel González, pero de Ángel González no me voy, no nos vamos a despedir nunca, porque en su poesía lo encontraremos cada día.

Claro que su muerte repentina nos ha hecho un roto más en el corazón, después de que su poesía nos hiriera "muchas veces mucho" ("para vivir un año es necesario/ morirse muchas veces mucho", decía en su poema Cumpleaños). El poeta de Áspero mundo o de Sin esperanza, con convencimiento -por citar sólo esos dos primeros libros que tanto nos impactaron y emocionaron- se ha ido, pero nos ha dejado el regalo impagable de su poesía y el recuerdo de su personalidad sencilla, cercana, de noches de boleros y copas, de palabra sobre palabra, de luces de amistad. Recuerdo algunas de sus noches granadinas, especialmente entrañables.

Pero a un poeta hay que buscarlo siempre en sus versos. Allí se produce la verdadera intimidad. Un poema nos atrapa porque sabe decirnos lo que pensamos antes incluso de que lo hayamos pensado. Cuántas veces al leer a Ángel González me di cuenta de que sus palabras estaban ya dentro de mí, sin pronunciar, pero en mi cuerpo, en mi cabeza, en mi sangre. Los versos nos descubren diferentes maneras de acercarnos al mundo, de conocerlo y de conocernos.

Uno de los últimos poemas de Ángel se titula Parque para difuntos. En él nos habla con su particular ironía y ternura de cómo los cadáveres germinan en un jardín y al convertirse en mundo vegetal -flores, árboles, arbustos- de alguna manera vuelven a latir, a lanzar un grito luminoso, un gesto, un afán enterrado o un perdido deseo. Aunque al pensar en su amada considere que ninguna flor será capaz de recoger siquiera "una mínima parte/ del perfil delicado de tu cuello". También considera que la pompa de la rosa nunca es fúnebre y devuelve, en todo caso, sonrisas que jamás se produjeron, lo mismo que las magnolias reflejan el nácar impreciso de ingles nunca vistas. Pero las ramas del cerezo, las margaritas, los lirios, las dalias, los ojerosos pensamientos devuelven vida a los macilentos transeúntes que circulan por los senderos soleadosý Para que al final sea un nomeolvides el que susurre: "Pronto lo veréis todo a través de mi tallo/ periscopio final de vuestros sueños".

Ángel González germinó en su poesía, convertida en un nomeolvides eterno. Y asomado a sus versos sigue contemplando el áspero mundo que nos rodea y haciendo que nosotros lo contemplemos también con una mirada distinta. Así vivirá siempre.

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