Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Una pareja a tu medida

No fue ayer, sino en 1985, cuando un grupo de 142 varones de un pueblecito despoblado de mujeres en el Pirineo puso un anuncio en el Heraldo de Aragón para solicitar participantes en una caravana de mujeres, organizada por aquellos mozos duros con intenciones matrimoniales serias. Es pertinente recordar un dato: el puticlub más cercano, retirado, había quebrado por escasa clientela. El nombre del pueblo venía al pelo: Plan. Fue un gran éxito, y no a nivel comarcal, como esperaban. Se apuntaron a la expedición mujeres con diverso pasado y procedencia, fue un éxito. No habían hecho análisis alguno del mercado para estimar la viabilidad del plan de Plan: fue un doble mortal sin manos, quién sabe cómo habrán acabado las parejas que se arreglaran. Habrá ya alguna viuda cuya tez mulata oculte los coloretes que el aire y la alimentación de aquellas montañas ocasionan.

Poco después comenzaron a hacerse habituales en las ciudades las agencias matrimoniales: qué cosas, nos decíamos, esto es propio de suecos o americanos. Con el tiempo, las agencias de contactos han tenido un éxito inusitado. Internet proporciona plataformas que segmentan, filtran, vetan y priorizan los amores. Amores de todo tipo: romántico, formal, de copas y viajes, sexual en modo virtual o tradicional. Frecuento una cafetería que debe de ser ideal para el primer encuentro: "Tomamos un café", un estándar de las cosas del primer ligar. Se ve por cómo esperan o se saludan "¿Eres Luisa, ¿no?"; "Sí; en realidad me llamo Jacinta". Se los puede ver apurados o sonrientes o deseando amar desesperadamente, a veces absolutamente incompatibles y locos por pirarse cada uno por donde llegó (o, qué lástima, sólo uno de ellos). Este cotilleo vestido de empirismo sociológico me resulta natural, qué le vamos a hacer. Sea como sea, el éxito de las agencias de contactos es arrollador. Y es lógico: cómo va a ser igual de viable una pareja que es resultado de analizar a priori la compatibilidad de rasgos y circunstancias de las dos personas que la que surge en un encuentro casual en un crucero, un bar de copas en verano; o la que nace de dos extraños en un tren. Esto me recuerda a M., una antigua redactora de esta casa que renegaba -hará unos quince años- de tal forma de buscar pareja, que le parecía antinatural y fría. Por entonces se ennovió con un compañero. Tienen dos hijos y me da a mí que están estables y muy contentos. Enamorados. Porque, en realidad, la vida también segmenta a la gente en grupos homogéneos. Y el amor no sólo nace, sino que -entiéndase- se hace.

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