No cabe la menor duda, pues es rigurosamente cierto que la presencia e influencia del socialismo renovado –aquel que salió de Suresnes en el otoño de 1974– en las entrañas de la democracia contemporánea por la que, constitucionalmente –no se olvide el adverbio– se rige nuestro país, es del todo insoslayable por cuanto, de no haber sido así, el concepto actual del Estado Español sería absolutamente diferente. Pero esa contribución, que no ha sido poca ni corta, no es suficiente para considerar al socialismo como único campeón de la democracia aún imperante en España. La contribución en la edificación del nuevo Estado lo fue –y lo sigue siendo– desde otras muy diversas ideologías, otros pensamientos políticos, no menos valiosos y meritorios, que conceptúan distintos modos de gobierno para nuestra presente sociedad plural.

Sin embargo y subrayando que el socialismo no es, ni mucho menos, el único autor del presente democrático, no es menos verdad que la deriva del socialismo institucional, con toda su carga histórica, hacia lo que hoy se presenta en la práctica cotidiana: esta diletancia ideológica e intelectualmente insustancial y hasta peligrosa, que ha venido a denominarse, no sin cierta pompa ridícula, ‘sanchismo’, se ha conformado, no desde una reflexión analítica profunda, participativa y por ello valiosa y previa a su implantación, como modo de gobierno verdaderamente socialista, sino que se ha venido a desarrollar con la espontaneidad de la improvisación y el repente, paralelo al ejercicio del poder, del todo huero en el pensamiento y recurriendo, como no hay precedentes en la historia democrática de nuestro país, a métodos que obvian, sistemáticamente y a la carta de Moncloa, el tan sano como necesario estudio y debate en las instituciones, esas en las que reside, directamente, la soberanía del pueblo español, como lo son las dos cámaras parlamentarias de las que debieran emanar todos los poderes del Estado, sin retorcer, hasta los más arriesgados límites, los métodos para ello legalmente establecidos ni someter éstos al yunque y la fragua forzada de las inconfesables conveniencias partidarias y hasta personalistas.

Hay quienes, al cabo de cinco años de ejercer el poder gubernamental –y algo más– pretenden hacernos creer, desde no se sabe qué socialismo, que es mejor que otros piensen por nosotros, decidan por nosotros y nos mientan, impunemente, a nosotros. Hay ahora quienes nos quieren convencer de que intervenir, amordazar o maniatar, desde el propio Gobierno, a los otros poderes el Estado, supone solamente, una a modo de tutela que, no obstante, sigue siendo garantía de nuestros derechos y libertades constitucionales. Cuando eso sabemos que es una cruel y vergonzosa falsedad.

Y porque lo sabemos, porque una mayoría potente de la ciudadanía ha sabido y visto el camino infame que se pretende, las urnas se van a llenar de votos soberanos, meditados, sopesados y bien medidos. Y contra ese muro voluntarioso no caben más mentiras, más ‘sanchismo’ ¿O no?

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