La tribuna económica

José Ignacio Rufino

La vergüenza de Ulrike

ESTIMADO profesor R., referente al examen de GC, siento mucho que no estaba bien preparada para este examen. Al final me he concentrado demasiado en las otras asignaturas y me faltaba el tiempo de estudiar para esta asignatura. Tengo vergüenza que es precisamente su asignatura. Espero que tenga la posibilidad de repetir el examen en septiembre. Un saludo, Ulrike Meyfarth."

Recibí este correo tras un examen en el que esta alumna -a quien he cambiado el nombre por el de una fabulosa saltadora de altura, también alemana- declaraba sentir "vergüenza" por no haber hecho el examen como debiera. He recibido cientos de emails desde que esta vía de comunicación está a disposición de los alumnos universitarios para contactar con los profesores. En la mayoría de los de este tipo, se tiende a la justificación, e incluso hay quien proyecta su fracaso en la forma de impartir la asignatura o, sin empacho ni temor, en el propio docente (al que no suelen llamar "profesor"). Por no hablar de la nada desdeñable cantidad de alumnos problematizados por un pariente mayor recién fallecido (en estos casos, la mentira sería buena cosa), o con enfermedades propias tan difíciles de comprobar como la lumbalgia del Maradona del Sevilla. Por otro lado, comprobar esos extremos no debe tentar al profesor: sería meterse en un jardín, y hasta en un laberinto. Ulrike y otros alemanes formaron parte de un reducido número de alumnos a los que, en el primer semestre, impartí la asignatura introductoria de Gestión. Con algunas excepciones, los germanos sobresalían de la media, al menos en ciertas actitudes: sus tareas individuales o en grupo eran concienzudas, a veces demasiado largas; solían siempre comenzar con un apartado de, por así llamarlo, Antecedentes y contexto, y finalizar con Opinión y conclusiones; su inglés, en fin, era excelente. No todos eran formales en los plazos, pero desde luego no lo eran menos que la media de aquel grupo plurinacional. Pero el rasgo que más distinguía a los alemanes era que, cuando les pedía un corolario sobre la clase que terminaba, eran indefectiblemente los últimos en salir; quizá con Carlos, español. No abreviaban, no salían del paso para ganar quince minutos "de patio" al tiempo oficial de clase.

Aclararé que no soy un germanófilo ni un renegado, y sé la dudosa validez estadística de lo que cuento. Es claro que el hecho de estar fuera de tu país estimula tu esfuerzo, tu miedo quizá, tu creatividad también, y tu necesidad de superar la barrera idiomática y cultural. Sólo por esto vale la pena mandar a los hijos fuera, una inversión más rentable que, por ejemplo, toda la basura tecnológica que reciben y que se arrumba de inmediato. A las empresas les sucede lo mismo: la productividad tiende a ser mayor en estados de incertidumbre, así como también se estimulan los griales de la innovación y de su prima la creatividad. Aflora la vergüenza torera de unos alumnos -y empresas- motivados y acuciados por las dificultades. Más allá de la vergüenza de Ulrike, tan improbable entre nuestros dueños del mando a distancia -para nada castrados por la responsabilidad, y menos por la culpa-, valga hoy jueves esta reflexión tan poco técnica para ver que hay vida más allá de nuestra tierra andaluza, cuya riqueza natural, eso sí, admite pocas comparaciones.

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