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Bruno Dumont, entre la tierra dura y el cielo alto

  • Avalon y Fnac editan 'La vida de Jesús', la ópera prima del prestigioso realizador

La aún corta pero ya poderosa filmografía del francés Bruno Dumont era una de las asignaturas pendientes del DVD español. Ahora Avalon y Fnac editan su primera película, La vida de Jesús (1997), y no tardará en acompañarla L'Humanité (1999), su segundo trabajo y quizá su filme más celebrado. Dumont siempre ha sido un realizador difícil de asir, y, aunque en las entrevistas suela hablar más de referentes pictóricos que cinematográficos, no han sido pocos los que han intentado colocarlo en el árbol genealógico del cine como descendente de una determinada modernidad, y con dos padres putativos: Bresson y Pasolini. Se podrían atar cabos, y decir cosas como que los gamberros en moto de Au hasard Balthazar han crecido en maldad y nihilismo en La vida de Jesús, y ahora gastan las llantas en el mismo Bailleul en el que naciera Dumont. También que aquí, como en el debut de Pasolini, Accattone, se trata de una pasión laica, la del joven Freddy (un actor no profesional, como es norma con Dumont), condenado de antemano en un agujero donde los instintos precivilizatorios son la base de las relaciones humanas.

No obstante, y aunque el cine de Dumont nazca de un comparable tanteo sobre lo espiritual, misterioso y sagrado que hay en el ser humano a partir de una inmersión sensorial en la materia del cuerpo y la naturaleza, su voluntad nos parece, en cierta medida, la del que ensaya la limpieza de retinas sobre el espectador. Y para lograr emular una primera mirada sobre el mundo -que en su caso, y posiblemente ahí radique, a su pesar, lo más interesante de su cine, se traduce en el dar a ver un preciso milieu antes escasamente visitado: el Flandes francés y sus habitantes- no debe haber sido baladí su previa experiencia en el audiovisual industrial, allí donde Dumont -filósofo de formación y alérgico a las escuelas de cine- aprendió la profesión, en el careo de la máquina que filma con las máquinas que trabajan. Tal vez en ese aprendizaje haya que buscar el origen de la potencia de sus encuadres y, asimismo, el desapasionamiento de quien los sujeta, una cámara que desconoce el pudor, si bien las elipsis del relato suavizan su pulsión pornográfica. Su poética, después, nace con un disciplinado montaje en el que las turbadoras huellas de lo real -el continuo de hombres y mujeres de rotunda presencia física y de la naturaleza bella, orgullosa y ajena- se suceden consolidando un universo a ras de tierra donde la trascendencia parece fuera de lugar. Es esa ausencia la que, sin embargo, más interesa a Dumont, quien carga las tintas en lo visceral e instintivo de la asfixiante vida de provincias para mejor reforzar el anhelo de una dimensión sobrenatural más allá de la religión. En La vida de Jesús, es un momento, una mirada al cielo que hace rimar los destinos del joven árabe Kader y de su asesino francés, Freddy; una pequeña, momentánea e íntima comunión que parece reunirlos más allá de los atavismos de xenofobia, racismo, machismo y celo que han hecho imposible su coexistencia en la vida real. Dumont, que incidirá en esta cohabitación de contrarios en todo su cine posterior -que hace poco, en Hadewijch, explicitaba la angustia, melancolía y locura que habitan en el escalón entre lo bajo y lo alto-, muestra así su cara más profesoral (que lo vincularía, en nuestra opinión, al cine de Haneke, otro cineasta pendiente de incomodar al público como antesala de la petición de pensamiento), pues aquí lo que late es un proyecto educativo que se basa en una confrontación con el mal que nos atraviesa.

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