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Cine de animación

  • Walt Disney Pictures es la principal productora de dibujos animados en Hollywood a lo largo del siglo XX. Ahora se suman otras productoras independientes como Fox, Warner Bross o DreamWorks

Si alguien se decidiera a escribir la Historia del cine de animación (en Hollywood) se encontraría con que, a lo largo del siglo XX, el recorrido por dicho género lo obligaría a dedicarse casi por entero al cine de Walt Disney. Al final de la centuria, no obstante, durante el bienio 1998-1999, ese hipotético historiador tendría que documentar el principio del fin del Imperio Disney y describir el nuevo mapa político. ¿Qué había ocurrido? En vista de los estupendos beneficios de la Walt Disney Pictures, una serie de productoras se animaron, nunca mejor dicho, a crear sus propias filiales para la realización de dibujos animados.

La primera en presentar batalla fue la Fox, a través de la Fox Family Films y de la mano de un desertor de las filas disneyanas, Don Bluth, que facturó una película tan brillante como tendenciosa, Anastasia (1997), por culpa de la cual, la Factoría Disney dejó de ser la reina de la taquilla en las correspondientes Navidades. A continuación saltaron a la arena la Warner Bros y la entonces recién fundada DreamWorks.

La Walt Disney Pictures, dispuesta a no ceder terreno y convencida de que la mejor defensa es un buen ataque, adoptó una estrategia basada en una producción a velocidad de vértigo, bien en solitario, bien en sociedad con la Pixar. Esto debía de haber espantado al enemigo, pero no ocurrió así, sino al contrario, y el último decenio ha conocido un espectacular boom del cine de animación, uno de los géneros (o macrogéneros) de mayor fortuna económica y, hoy, en plena revalorización crítica. A propósito de los largometrajes producidos por Disney-Pixar, por ejemplo, caben sólo elogios: no estamos hablando de buena animación, sino de Cine con mayúscula, relatos de portentosa inteligencia y rabiosa inventiva, películas extraordinarias, mecanismos de relojería, bombas que abren socavones tan grandes como cráteres en el ánimo del público.

Tanta es la demanda y tan propicio el momento que se han abierto (o entreabierto) las puertas a la ingente producción japonesa y hemos tenido oportunidad de degustar delicias como El viaje de Chihiro (2001) o El castillo ambulante (2006) del maestro Hayao Miyazaki, o apabullantes tours de force como Metrópolis (2000) o Steamboy (2004), a la sombra de Katsushiro Otomo.

Diez años después de iniciada la contienda, la situación sería más o menos éste. La Fox ha ido cosechando victorias y derrotas, aplausos y pitidos por igual, sin alcanzar el estatus de "rival peligroso" que se le presuponía hace una década: entre sus éxitos debe señalarse La edad de hielo (2002), su primera producción digital; entre los fiascos, sin duda, el más doloroso fue el de Titán (2000), una notable película de ciencia ficción merecedora de mejor suerte. La Fox no se decide a tirar la toalla, aunque su última producción, Horton (2008), tampoco haya tenido una acogida demasiado entusiasta. A la Warner Bros. le ha ido peor incluso. No ha hecho ninguna aportación importante al género, excepción hecha de El gigante de hierro (1999), una estupenda película dirigida por Brad Bird, un talentoso realizador abducido luego por el todopoderoso tándem Disney-Pixar, en cuyos talleres ha realizado Los increíbles (2004), una saludable parodia del cine de superhéroes de tanto predicamento en la actualidad, y Ratatouille (2007), una comedia rayana en lo magistral.

En realidad, en el caso de Fox y Warner hablaríamos de escaramuzas. Tras la declaración de guerra, la única potencia digna de tal nombre, cuya sola mención hace temblar a la cúpula Disney, es la DreamWorks, un sello con un viejo zorro detrás, Steven Spielberg, ya curtido en estas lides.

El contraataque de la DreamWorks se basó asimismo en entrar a saco en la cartelera. La productora ha mantenido un ambicioso plan de producción y, a cada golpe del contrario, ha respondido saltándole al cuello (y es que en Hollywood nadie entiende lo de ofrecer la otra mejilla). Ahora bien, aunque haya imitado la táctica en taquilla de su oponente -la única posible: acaparar el mayor número de espectadores-, la DreamWorks se ha preocupado al menos en buscar un estilo cinematográfico propio; se trataba de ofrecer una alternativa a Disney, no de copiarla. En el ámbito de la animación tradicional ha acometido una especie de revival de moldes clásicos: el relato bíblico (El príncipe de Egipto), el de aventuras (La ruta hacia El Dorado, Simbad: La leyenda de los siete mares) o el western (Spirit). Los resultados son, en general, estimables. No puede decirse lo mismo de sus realizaciones digitales que, desde la lamentable Shrek (2001), se han caracterizado por ondear una irreverencia y heterodoxia más bien endebles, y un humor tabernario y autocomplaciente. La cosa ha mejorado bastante con su último estreno, Kung Fu Panda (2008), una regocijante bufonada a costa del cine de artes marciales, quizás su mejor producción en este campo.

Sea como fuere, herida y maltrecha, la Walt Disney Pictures sigue en pie y con ganas de armar jaleo, sobre todo gracias a su alianza con la Pixar. Ya no es la única fuerza en el género de la animación, lo que no me parece mal, y ha perpetrado algún film sin garra en ese empeño desquiciado de estrenar varias películas al año; sin embargo, sus aciertos son mayores que sus errores, y cuando acierta, como en WALL·E (2008), alcanza cotas de auténtico prodigio.

La historia del robot que recoge basura en un mañana apocalíptico es un ejemplo de pluscuamperfecta síntesis entre tradición y modernidad, entre las comedias silentes de Charles Chaplin o Buster Keaton y el cine radicalmente futuro de Stanley Kubrick; los primeros treinta minutos de WALL·E son sencillamente portentosos: hay más Cine en esa media hora que en docenas de otras realizaciones que cansan la vista del espectador sin impresionarle la retina.

Con semejantes propuestas, acompañar a los hijos pequeños a las salas de cine se ha convertido, para el cinéfilo, en una auténtica gozada.

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