El arte de la viñeta

Galaxia Moebius

  • En todo repaso a la historia del tebeo que se precie, Moebius es una cita obligada. El artista francés es, sin discusión, uno de los grandes maestro del cómic del siglo XX

No se puede hablar de Jean Giraud sin hacerlo de su heterónimo Moebius, aunque posiblemente quepa hacerlo del segundo sin hacer referencia al primero. Moebius es la cara oculta de Jean Giraud pero, ¡oh, paradoja!, no está claro que Giraud sea la de Moebius. Me explico. Como en el archifamoso y socorrido caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el buen doctor libera al monstruo de sus adentros, pero éste, a pesar de ser una destilación suya, prescinde de aquél; la criatura no necesita al creador. Jean Giraud sería el lado racional, el arquitecto de historias que son como casas, con puertas para entrar y salir, ventanas para mirar adentro o afuera, y escaleras para subir de un piso a otro. Moebius es lo irracional, perito en lunas inauditas, un artista que -según confesión propia- concibe historias no a modo de casas, sino con la forma de un elefante, un campo de trigo o la llama de una cerilla. Si Giraud tiende sólidos puentes entre el nudo y el desenlace, Moebius traza arabescos que no se sabe bien dónde empiezan ni dónde acaban. Y es que Jean Giraud es narrador; Moebius, poeta.

En el mundo de Moebius -en la Galaxia Moebius-, la inquietud es la reina y señora. En ciertas historietas, el artista persigue con el dibujo lo que los surrealistas con la escritura automática: deja el lápiz a merced de la mano, la mano a merced de la intuición, y se abandona al impulso. En El garaje hermético, uno de sus series más emblemáticas, no partió de un guión previo. Hay un conflicto inicial muy tenue: Barnier destruye un valiosísimo ingenio mecánico y temiendo la reacción de Jerry Cornelius, huye precipitadamente del lugar... El lector, cual Teseo desprevenido, querría convertir la huida de Barnier o la venganza de Cornelius en los hilos narrativos que le permitan moverse en este dédalo intrigante; Moebius, en cambio, se comporta como una Ariadna traviesa y, en vez de ayudar a nadie a salir, lo acompaña al corazón del laberinto. Según se suceden los capítulos, los personajes aparecen y desaparecen, se dibujan y desdibujan; las tramas se toman y dejan, se arropan y desnudan; los bocadillos de diálogo se llenan y vacían, sin decir realmente nada. Pero seguimos. Esos dibujos poderosos, esas arquitecturas extravagantes, esas escenografías absurdas, esas floras y faunas alarmantes, esos seres, hijos de un dios estúpido, ejercen una fortísima atracción sobre nosotros. Y seguimos.

La inquietud comparte el trono con la insolencia. Moebius hace gala de una desvergüenza saludable, no la del vándalo que rompe los cristales de la tienda, jaleado por cabestros sin luces, sino la del que arroja piedras contra el escaparate de las convenciones. Si la certeza ha muerto, ¡viva la incertidumbre! En ocasiones, los relatos se plantean con esmero, se levantan con cuidado y cálculo y, de repente, se desestiman, se mandan a hacer puñetas y, junto a ellos, nuestras expectativas. El artista hace promesas continuamente y las incumple, sin interrupción. Se burla de nosotros de todas las maneras imaginables. Un mismo personaje, como aquel impávido guerrero que cabalga un pterodáctilo níveo, se presenta bajo diversos nombres, según el capricho del demiurgo: Arzach, Arzak, Harzak o Harzack. Y a pesar de todo, a pesar de esa flagrante falta de respeto, combatimos la sensación de deriva, apretamos la mandíbula, pasamos página, y seguimos.

En la galaxia Moebius se combinan y confunden los materiales, las influencias, los registros, los dioses, los demonios. No hay contradicción aparente entre adaptar una balada de un poeta francés del siglo XV o apropiarse de la historieta de cualquier guionista a sueldo. En el universo abigarrado de Moebius se amalgaman la tragedia y la comedia, el hiperrealismo y la caricatura, el expresionismo y el impresionismo, el rock y el punk, Oriente y Occidente. En este mundo desquiciado, el lector se mueve entre el clasicismo y la vanguardia, el nihilismo y el misticismo, la sobriedad y el delirio, el ósculo y la agresión, el buen y el mal gusto. En la espesura nos salen al paso Dante y Lovecraft, Rimbaud y Julio Verne, Nietzsche y Walt Disney, Ionesco y los hermanos Marx, y un largo y concurrido etcétera. Moebius es lo visible y lo invisible, lo inmediato y lo lejano, el ayer y el mañana. Moebius es Historia y conjetura, Crónica y leyenda, Inspiración y alucinógenos. Es Oráculo y Esfinge.

Moebius es todo esto, nada de esto, y mucho más.

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