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El 'Libera me' triunfador

El 'Libera me' triunfador

El 'Libera me' triunfador

Tras dos jornadas en las que se reveló -magistralmente por la JONDE y la London Symphony- el pesimismo y su canto a la muerte del Mahler, expresado en el final de su Novena sinfonía, y en la Trágica Sexta, no podía faltar el epílogo natural que no es otro que una Misa de Réquiem -en este caso la conocida de Verdi- en una notable versión que dirigió el joven director David Afkham a la Orquesta y Coro Nacionales, en uno de los mejores conciertos que le hemos escuchado, y con unos solistas, entre los que destacaré, para mi gusto personal, la fuerza, elocuencia y dramatismo que desarrolló la soprano Aga Mikolaj en el Libera me final y todo su catálogo vibrante de este epílogo humano de la Messa que escribió Giuseppe Verdi, en 1873 -utilizando algunos elementos que tenía para otra misa colectiva dedicada a Rossini- para el aniversario de su amigo el escritor Alessandro Manzoni, cuando a los 61 años era un mito nacional y sólo le faltaba para completar su obra lírica óperas como Otelo o Falstaff. Este monumento sinfónico-coral lo hemos escuchada en numerosas ocasiones en el Festival, entre ellas, creo que por vez primera, en la versión que la Orquesta Nacional de España y el Orfeón Donostiarra, bajo la dirección de Rafael Frühbeck, ofrecieron el 25 de junio de 1969. El crítico tuvo que subrayar -ayer como hoy- la singularidad de una obra, dentro del repertorio lírico verdiano, recordando que fue, antes de triunfar en el teatro, organista en la pequeña ciudad de Monza, con lo cual estaba familiarizado desde su juventud con la música religiosa y con los grandes creadores polifónicos por los que sentía devoción: Palestrina, Tomás Luis de Victoria, Carissini, etc. Su acercamiento a estos bagajes son sólo puntos de referencia, porque su Requiem es todo, menos una misa propiamente dicha, imperando en ese monumento sonoro su peculiar sentido dramático en el que late ese humanismo rotundo, imponiéndose, sobre la teatralidad, un aliento impetuoso de emoción y dolor que culmina en ese Juicio final, donde orquesta y coro arrastran un torbellino apasionante, algo terrible que hace vibrar al oyente y le transmite esa inquietud de una Humanidad espantada por sus pecados que acude a la última llamada. El elemento final del Libera me, con el Dies irae el Requiem aeterna, para finalizar con la angustiada voz de la soprano repitiendo su Libera me, subraya el estallido colosal de una música, sino estrictamente religiosa, que no lo es, profundamente humana, sentida, sublevada y, sobre todo, emocionante.

He mencionado reiteradamente la palabra emoción que es consustancial con la música de todos los tiempos y que, naturalmente, se encuentra en todos los réquiems de todas las épocas y autores -Mozart, Brahms, Verdi, Berlioz y el contemporáneo de García Román que me emocionó profundamente la noche que lo escuché, por vez primera, en un ensayo en este palacio-, una emoción que sentimos en la versión que nos ofrecieron la Orquesta y Coro Nacionales de España, y un cuarteto de notables solistas, bajo la dirección de David Afkham. Porque en este colosalismo no sólo es necesario un dominio pleno de orquesta, coro y solistas, de los múltiples recursos técnicos, sino de cómo transmitirlo al público. Y en un lírico como Verdi no sólo puede uno fijarse en la grandiosidad o unción de orquesta y coro, sino en el protagonismo de los solistas. Ahí está el mencionado repetidamente Libera me domine -porque es el momento clave y mas angustiado de Verdi- donde la estremecedora oración suplicada de la contundente soprano Aga Mikolav se subraya con el acento dolorido de coro y orquesta. U otros instantes igualmente extraordinarios como la melódica Recordare, en un emotivo diálogo entre soprano y mezzo, acompañada sutilmente por la orquesta; la doliente y sollozante Lacrymosa, con la exquisita unidad entre el cuarteto solista, coro y orquesta; o el dolor funerario y al mismo tiempo esperanzador de Lux aeternam, con las voces de la mezzoprano, el tenor y el bajo, irreprochables y muchas veces brillantes y elocuentes en su trabajo, aunque hubiésemos preferido a un bajo, sustituido por un barítono, lo que le restó dramatismo y profundidad al cuarteto solista en algunos instantes claves.

La misa menos misa litúrgicamente, pero, al mismo tiempo la más original y densa en su aportación emotiva, humanísima, directa, implacable del genial Verdi obtuvo en la dirección del joven David Afkham -cuyo curriculum está lleno de éxitos, con orquestas muy destacadas, tras su formación con maestros de primerísima categoría en su paso, por ejemplo, por la Concertgebouw , apoyando a Haitink- una dirección de muy alto rango. Manejó a la orquesta con absoluta maestría, con la ductilidad de una cuerda hermosa y expresiva, apoyando la calidez de las voces, mostrando en el viento -metales, sobre todo- la fuerza y la garra que sugieren distintos momentos para robustecer con las tubas y el juego de trompetería -algunos de cuyos elementos subieron a la galería para hacer llegar los sonidos desde las alturas-, los golpes de timbales aterradores y un coro, espléndido en todo momento, bien apoyando en tantos instantes a los solistas o interviniendo enérgicamente en el doble coral del Sanctus, en cualquiera de los instantes frecuentes a que es requerido, como el igualmente mencionado emocionante final.

Un gran concierto, en una versión limpia y poderosa, emocionante, repito hasta la saciedad, en muchos instantes, para poner broche de homenaje y esperanza para los que ya no están y, sobre todo, para los que quedamos tras jornadas en los que la música tanto se ha acercado a la tragedia y a la muerte.

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