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2009: mucho y bueno

  • El balance artístico de la temporada, lejos de los interesados lamentos de parte de la industria y sus voceros, vuelve a constatar la estupenda salud de la música pop

La realidad es así de tozuda: se empeña en dejar en evidencia afirmaciones tan gratuitas como grandilocuentes. "De seguir igual, la música se acabará en cinco años", vino a decir aquél en la micromanifestación orquestada por el director regional de una multinacional del disco. Ya saben, contra las descargas y eso...

Si no fuera porque en apariencia no falta quien se lo cree -o quien desde el legislativo hace como que se lo cree-, la sentencia provocaría -de hecho, qué demonios: provoca- estentóreas carcajadas: sin ánimo de soliviantar a quienes sufren las consecuencias del cambio de ciclo tecnológico, lo que esa realidad nos muestra es un paisaje esplendoroso, pleno de estupenda música y repleto de oyentes con criterio ávidos por escucharla.

Que nada va a acabar con la música -"home taping is killing music", ¿recuerda?- es tan cierto como que un somero vistazo a la cosecha de 2009 revela su magnífico estado de salud. De la experimentación sin concesiones -pongamos por caso a Ben Frost y su intimidante y hermoso By The Throat (Bedroom Community)- a la desprejuiciada frivolidad kitsch -por ejemplo, Music Go Music y su delicioso saqueo del legado estético y sonoro de Abba en Expressions (Secretly Canadian)-, este amplio panorama nos depara un buen número de títulos merecedores del calificativo memorable.

Entre los más tempraneros -apareció a comienzos de año- habría que situar a Merriweather Post Pavilion (Domino) de Animal Collective, deslumbrante y vitaminada muestra de neopsicodelia electrónica nutrida con elevadas dosis de africanismo, tropicalismo y escuchas de Beach Boys. Otros norteamericanos, Dirty Projectors, rozaron el cielo con Bitte Orca (Domino), en el que esa corriente imperante, el africanismo -aquí deconstruido y reensamblado-, compartía espacio con imponentes arreglos de cuerda. En la órbita rarista, pero con fundamento, cabría destacar también discos tan sabrosos como Heavy Ghost (Asthmatic Kitty) de DM Stith -un debut en largo de esos que cortan la respiración- y Tentacles (Touch & Go) de Crystal Antlers -suerte de cruce entre The Doors y Sonic Youth-.

Del estado particularmente efervescente del rock norteamericano nos dejaron constancia trabajos como Veckatimest (Warp), de Grizzly Bear -que contó con arreglos del gran Nico Muhly-; Logos (4AD), de Atlas Sound -con Bradford Cox desdoblando su psicodélico talento entre Deerhunter y esta singular maravilla de corte más clasicista-; Set 'Em Wild, Set 'Em Free (Dead Oceans), de Akron Family -abandonando el freak-folk para abrazar el folk en un sentido global-; o Tight Knite (Bella Unión), de Vetiver -culminación de un proceso de readaptación a patrones clásicos, del soft-rock al folk-rock, cimentado en un repertorio brillante-.

Si de Estados Unidos nos llegó además la que bien pudiera ser considerada la mejor recopilación del año que ahora acaba -Dark Was The Night (4AD), con la flor y nata del actual indie-rock anglosajón poniendo en pie un repertorio de rarezas y versiones para la organización benéfica Red Hot-, también lo hicieron tanto llamativos debuts -el homónimo álbum de The Pains of Being Pure at Heart (Slumberland), revival shoegaze de contagiosos efectos euforizantes- como nuevas entregas de figuras algo más que consagradas -Sometimes I Wish We Were an Eagle (Drag City) de Bill Callahan, Beware (Domino) de Bonnie Prince Billy o Hold Time (Merge) de M. Ward-.

Otro llamativo debut desde la otra orilla del Atlántico, el Eyelid Movies (BBE) de Phantogram, trazó paralelismo y señas de identidad compartidas -aunque con matices: la devoción ochentista-, con uno de los discos europeos sobresalientes de 2009: XX (Young Turks), estreno en largo de los británicos The XX, inquietante y adictiva colección de melodías pop servida con minimalista economía de soporte armónico.

Aunque las islas no ofrecieron quizás demasiadas sorpresas, hay que recordar que de allí salieron también trabajos tan notables como Two Suns (Astralwerks), fascinante segunda entrega larga, empapada de folk cósmico, de Bat For Lashes, o Dark Days / Light Years, nuevo capítulo en la flamante trayectoria de los veteranos Super Furry Animals.

Un británico afincado en Berlín, Sam Shackleton, pergeñó un auténtico tratado de electrónica hipnótica plagado de referencias a folclores remotos -Three EPs (Perlon)-, mientras que, desde gélidas coordenadas, una sueca, Karin Dreijer Andersson, mitad del dúo The Knife, debutaba en solitario con una homónima e intimidante rodaja, Fever Ray (Rabid).

Ambient, minimalismo y krautrock se dieron cita en el Choral (Thrill Jockey) de los norteamericanos Mountains, y a miles de kilómetros de distancia, aquí, en Sevilla, Orthodox esquivó cualquier previsión poniendo en pie Sentencia (Alone Records), un disco tan difícil como atractivo.

No, España no se quedó atrás, ni en variedad ni en cantidad, como demostraron Cohete (Micro-Macro), de Cohete; Ísimos (Birra y Perdiz), de Espanto; El perro es mío (Siesta), de Francisco Nixon; Somersaults (No Land Estate), de Municamón & Remate; o Done / Undo (Lovemonk), de Pájaro Sunrise, títulos capaces de despejar cualquier oscura duda sobre el futuro de la música en nuestro país. No teman.

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