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Una danza al servicio de la emoción

  • El Ballet Nacional de Holanda deja huella a su paso por el Festival con un delicado y transgresor programa

Hace meses, cuando el Festival de Música y Danza de Granada anunció su programación, más de uno celebró la visita que haría el prestigioso Ballet Nacional de Holanda. Silencio. ¿A qué persona, no amante de la clásica, le suena de verdad? Seguramente a muy pocos -y de pasada-, aún así, ayer el Teatro del Generalife no pudo evitar estallar en aplausos cuando la formación acabó sus cuatro ejercicios de baile, perfectamente ejecutados. Considerado "uno de los cinco mejores cuerpos de danza del mundo", según The New York Times, Dutch National Ballet eclipsó desde el primer momento por su profesionalidad, delicadeza y templanza.

La formación cuenta con primeras figuras de relevancia internacional como la grácil Anna Tsygankova y el imponente Jozef Varga, y se presentaron en el Festival con un atrevido programa que integra a los genios de la tradición clásica y neoclásica, Marius Petipa y George Balanchine, así como a dos de los más importantes coreógrafos holandeses que llevaron la técnica del ballet hacia nuevos caminos: Rudi van Dantzig y Hans van Manen. No está mal reseñar que la compañía creada en 1961 por Sonia Gaskell se ha dejado influir desde sus comienzos por Balanchine, "el coreógrafo más importante del siglo XX", en palabras de su director desde 2003, Ted Brandsen, quien había bailado en el cuerpo de baile holandés entre 1981 a 1991.

Para el Ballet Nacional de Holanda y para la danza en los Países Bajos ha sido esencial la labor de Rudi van Dantzig, de quien presentaron su fina coreografía cuatro últimas canciones, sobre las composiciones de Richard Strauss, justo al empezar el espectáculo, el último en el Teatro del Generalife con su preciosa luna de fondo. Los cuatro pasos a dos que la componen comparten una profunda melancolía, aunque austera en sensiblería, para expresar la aceptación de la muerte. La coreografía, a caballo entre el clasicismo académico y la técnica moderna de Martha Graham, enfatizó esa emoción y añadió una dimensión extra a la música con la inclusión de un solista alrededor de cada pareja protagonista, como un ángel de la muerte que conecta las diferentes canciones. Uno se dejaba absorber por la historia en cuestión de minutos, sobre todo porque las caras de los bailarines dejaban a un lado la frigidez del ballet por el dramatismo del teatro.

La primera parte del emocionante espectáculo concluyó con la enérgica Tarantella Pas de Deux, uno de los treinta y tres títulos de Balanchine en el repertorio del Ballet Nacional de Holanda. Esta pieza de seis minutos -¡qué cortos se hicieron!- les dio a Aya Okumura y a Remi Wörtneter la oportunidad de desplegar su talento en un paso a dos de bella factura y complicada ejecución, que destacó por la sucesión de vibrantes pasos, saltos y veloces piruetas. Sin olvidar el vistoso vestuario en blanco y rojo, obra de Barbara Karinska, y la forma en la que Okumura tocó la pandereta.

El Ballet dejaba para la segunda parte, tras el fatigoso descanso, una de las piezas más exitosas del coreógrafo Hans van Manen compuesta por nueve miniaturas sobre la música que Benjamin Britten dedicó a su maestro Frank Bridge, Frank Bridge Variations. Como colofón al programa, la formación bailó un extracto de Don Quijote, nueva producción creada expresamente para ellos por el coreógrafo Alexei Ratmansky. En él, ofrecieron parte de su tercer acto, cuando los protagonistas, Kitri y Basilio, han logrado sellar su amor gracias a la intervención del hidalgo.

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