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Los fantasmas de Hitchcock y Buñuel

  • Jesús González Requena descubre los códigos formales que compartieron, como si de mensajes entre uno y otro se tratase, los directores de películas como 'Él' y 'Vertigo'

Tras su Óscar en Hollywood, Luis Buñuel fue el invitado de honor de una comida organizada por Georges Cukor en 1972. Asistieron los pesos pesados del cine del momento: John Ford, Billy Wilder, Robert Mulligan... Hitchcock. Aquello, según el propio Buñuel, "era una extraña reunión de fantasmas". En la foto de familia, el español aguanta en el centro la admiración pública de Hitchcock (que le hizo saber que la pierna cortada de Tristana le conmovía extraordinariamente). Hitchcock confesó siempre el impacto que le había causado Buñuel. A Buñuel, parece ser, el cine de Hitchcock -ese hombre "todo rechoncho y sonrosado"- ni fu ni fa.

Aunque sus películas seguirán hablando eternamente, Jesús González Requena ha descubierto en ellas un diálogo secreto de pesadillas, besos y fantasmas que va más allá entre Hitchcock y Buñuel (aunque nunca lo reconoció, dice González Requena, "también se dejó influir por Hitchcock").

La exposición Escenas fantasmáticas. Un diálogo secreto entre Alfred Hitchcock y Luis Buñuel que se podrá ver en el Centro José Guerrero hasta el 10 de julio es el resultado de muchos años de investigación. Se desarrolla en torno a una hipótesis: en el centro de las obras de uno y otro late una escena fantasmática esencialmente común (una misma obsesión, preocupación o deseo). Basta volver a ver, por ejemplo, las escenas centrales de Él (Buñuel) y Vértigo (Hitchcock) para darse cuenta de que los campanarios resultaron ser para los dos el mejor escenario para dar rienda suelta al miedo.

Hasta ahora la obra de dos de los realizadores más influyentes de la historia del cine sólo se había tocado conjuntamente en contadas excepciones, sobre todo por su trabajo común con Dalí, pero González Requena entendió esta relación como una "invitación a prolongar", a través del collage y la edición digital, su particular diálogo. No se limita a especular. González Requena ofrece pruebas con la dedicación de un científico. Lo hace a través de 21 piezas que se distribuyen a lo largo de las tres plantas del museo. En una misma pantalla, dos escenas demuestran esos puntos de encuentro.

Una gran cama de matrimonio simboliza el centro de las pasiones en Una mujer sin amor (Buñuel) y Rebeca (Hitchcock); la sangre en el dedo de Melanie Daniels en Los pájaros tras ser herida y Archibaldo de la Cruz al cortarse con la navaja en Ensayo de un crimen esconde oscuros secretos turbadores; las pesadillas que comparten MarnieyTristana coinciden con el latir de una campana; un retrete oculta inconscientes misterios en Psicosis y La edad de oro...

Escenas fantasmáticas

La exposiciónpodría ser una película en sí misma. Su autor, sin embargo, destaca que si bien en un museo la forma siempre está en un primer plano, en el caso del cine el discurso narrativo nos impide tomar conciencia de la forma. "La potencia formal tiende a invisibilizarse" por lo que pasan inadvertidas . "Si llevamos las imágenes cinematográficas al museo" al espectador le da tiempo a reaccionar ante ellas. Ocurre en estos dos grandes cineastas.

Esas formas, las escenas fantasmáticas, son "básicamente lo que un artista necesita decir desesperadamente. Lo que les duele, lo que les desgarra y necesitan expresar para contenerlo o para vivirlo". En el caso de Hitchcock y Buñuel muchas veces coinciden como en un calco deseos prohibidos, escenarios imposibles y fantasmas.

Surrealismo y cine de masas

González Requena ha hablado y deletreado cada imagen para unir a estos dos "magníficos creadores". "Buñuel (1900-1983) y Hitchcock (1899-1980) cubren todo el siglo XX. Entre ellos hay una suerte de diálogo secreto que se ha prolongado. A partir de ahí se puede leer muy bien la historia de la cultura de nuestro siglo". Sin embargo, el inglés pertenecía a un cine de masas y Buñuel quiso ser surrealista a toda costa, aunque al final de sus carreras "fue al contrario".

Aun en esos dos caminos tan dispares su cine plantea a veces idénticas preguntas (las enumera González Requena en cada pantalla de la muestra): ¿Qué hacer con ese ardor imposible?, ¿Qué crimen está en el origen de la mancha?, ¿Por qué hay siempre un pasillo que aguarda a ser atravesado?, ¿Por qué es negro el fuego del Fénix?, ¿Por qué no me quieres, mamá?

La madre y la mujer son una constante en ambos. "Vértigo se convirtió en una película que conmocionó al público". Explica el estudioso que en "el centro de la mayor parte de la obra del arte europeo del siglo XX, está la presencia de una diosa que ha retornado. Paradójicamente el siglo XX estaba convencido de que su gran tarea era derrotar al padre, al dios patriarcal. Creo que tomando la distancia justa ese pensamiento ha sido un equívoco. A principios del siglo XX el patriarcado ya estaba desmoronado, había caído. En el vacío de ese patriarcado surge una divinidad femenina presente en el arte y protagonista de las grandes pesadillas del siglo XX". En el cine de Hitchcock y Buñuel se hace evidente. La madre está presente en Tristana.

Francisco Baena, coordinador del Centro Guerrero, recordó ayer en la presentación de la exposición que merece la pena revisar las grandes obras. "¿Cómo seguirlas viendo como obras nuevas?", se preguntó. "Nadie había reparado hasta ahora en los puntos comunes de estos dos cineastas excepto González Requena. Él ofrece ejemplos que hablan por sí solos".

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