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Más lento es más difícil, mucho más

Como una fiera al acecho, muy cauto y a la expectativa fue Terence Blanchard acercándose al borde del escenario del Parque del Majuelo. Como quien se guarda las espaldas hasta escrutar convenientemente al que tiene enfrente. Sin articular palabra afrontó Transform del magnífico Bounce, su disco de 2003 y después In time of needs y Ashé, del no menos impresionante A tale of God's will (A requiem for Katrina), su última entrega hasta la fecha y el álbum que ha dedicado a las devastadoras consecuencias del huracán que asoló Nueva Orleáns, cuna del jazz.

Más confiado una vez comprobada la sintonía con el patio de butacas, y la actitud respetuosa del público hacia su propuesta musical, presentó a la banda y dirigió sus primeras palabras a los espectadores. Dijo entonces encontrarse cómodo en un entorno caluroso y de aire inmóvil, que le resultaba extrañamente familiar y le recordaba al de su propia Luisiana. Su pianista, el cubano Fabián Almazán, que en ese momento ejercía de traductor, soslayó inteligentemente la confusión de Blanchard, que tal vez por la cercanía del aeropuerto, se refirió a Málaga para decir lo contento que estaba de haber venido. Nadie se lo tuvo en cuenta, claro, pero el hecho resaltó la diferencia de su planteamiento, en las antípodas del de, por ejemplo, Richard Bona tan sólo dos días antes. Su actitud ante el hecho del directo está deliberadamente desprovista de todo artificio y no hace concesión alguna a esos gestos de cara a la galería. La actuación de Blanchard es de combustión lenta y convence a la larga sin necesidad de echar mano de los recursos facilones de otros para cautivar al personal.

De este modo, su concierto fue de menos a más y dominando como domina la música modal y el post-bop, sin dar una nota de más y sin elevar el número de decibelios, dejó muestra de su sobrada clase con Harvesting dance, una pieza que sirvió para el lucimiento de Fabián Almazán, y de Brice Winston al saxo tenor. O más tarde con Bounce, un hermoso tema que nos retrotrajo con sutileza al Nueva Orleáns en blanco y negro, a la época del dixieland y la fiesta del Mardi Grass. Fue el momento en el que brillaron el batería Kendrick Scott y el contrabajista Derrick Hodge, un prodigio rítmico que dio una lección de cómo debe plantearse un solo con el instrumento. Lo mejor aún quedaba por llegar en los bises. En su presentación Blanchard aprovechó para atacar sin tapujos la labor de su gobierno en la catástrofe, un gesto que arrancó el aplauso general. También de su última producción, la excelente banda sonora que el músico preparó para el documental de Spike Lee sobre la desolación provocada por el Katrina, nos regalaron Leeves y Funeral dirge, dos temas solemnes y sobrecogedores que inundaron el Majuelo de un tono funerario que elevó por fin el nivel de esta edición y supuso su inolvidable colofón.

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