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"La televisión es la versión electrónica del diablo"

  • El novelista presenta 'Los amantes de Silicona', una crítica desenfadada de la mitificación del sexo con la que plantea su visión ácida de las relaciones humanas y de la soledad

Cuando Javier Tomeo presentaba en un hotel de Barcelona La noche del lobo, su editor y amigo Jorge Herralde (de Anagrama) le desafió a que escribiese una novela pornográfica. El escritor aragonés -uno de los narradores más personales y sorprendentes del panorama literario- no dudó en recoger el guante y ese mismo día comenzó a escribir un pretendido relato erótico que ha resultado ser una "novela porno-sentimental". Esa es la etiqueta con la que el propio autor la presenta, consciente de que "vivimos en una época en la que se pone título a todo para poder venderlo mejor". El que ha elegido para su obra -Los amantes del silicona- tiene gancho y promete diversión y reflexión a partir de la kafkiana historia de amor de dos muñecos hinchables que satisfacen las necesidades de un aburrido matrimonio que no se comunica y que ha perdido el interés sexual.

"Un domingo, cuando la pareja regresa a casa, se encuentra con que los muñecos se han conocido y se han liado", explicaba ayer Tomeo momentos antes de presentar su novela en la Feria del Libro. El inicio del romance comienza una entretenida lectura que, según advierte, guarda una reflexión mucho más seria: "Vivimos en unos momentos de mitificación del sexo como remedio a la soledad y la incomunicación. Sólo hace falta poner la televisión para darnos cuenta". En su opinión, la televisión es "la versión electrónica del diablo", aunque las antenas -que son los cuernos- ya no existen. Pero reconoce enseguida que "nos permite comunicarnos y estar en el mundo"; aunque sólo sea "para ver que no es como queremos". Más aún, en el caso de los escritores "es el instrumento ideal para alimentarnos de la mala uva que debemos tener".

Pero la sátira de la 'jartura sexual' que realiza Tomeo no guarda una moraleja, sino que ofrece una visión ávida de un problema o "más bien costumbre". Lo explica cuando señala que la misión de un escritor es "señalar la parte del organismo social que no funciona".

Ente guiños, Los amantes de silicona critica también la mala literatura al referirse al éxito de ciertas novelas históricas. Bajo el punto de vista de su autor, "estamos convirtiendo la literatura en un objeto de marketing". "Pero ¿qué es mejor?", se pregunta, "¿una novela sin más pretensión que distraer al lector que otra con pretensiones mal hecha?". Esto es otra historia, aunque lo cierto es que "las librerías están llenas de cajas de bombones". Así denomina Tomeo a "esos libros enormes, grandes y larguísimos que quitan espacio a todo lo demás y que proporcionan ambiguos beneficios a los editores, a los libreros y autores". Esto ocurre en todos los ámbitos y se denomina "vulgarización de la cultura".

Frente a los incovenientes de la época actual -que no son nuevos si recordamos que "en el siglo pasado se vendía más Alejandro Dumas que Víctor Hugo"- sólo queda resistir. Tomeo lo hace siguiendo su camino, siendo fiel a sí mismo. O sea, que aquello que decía Rousseau de que la mayoría tiene siempre razón es relativo: "Soy un novelista excepcional que resiste estableciendo comunicación inalámbrica con los lectores que tiene repartidos por España. Sé que me leen y que incluso les gustan las obras más o menos. Hasta dicen que creo adicción, como la droga, aunque es muy mala".

Y se muestra expectante ante la marcha de esta novela que ha recibido el buen trato de la crítica. Un respaldo que no le impide dudar de la fiablidad de la crítica, sobre todo la de "los grandes periódicos de tirada nacional", por estar "sujetos a presiones y compromisos". "De repente, la crítica dice que ha salido el nuevo Dostoievski de la literatura española y ¡resulta que es lamentable!", relata.

Candidato al Nobel y autor de más de una decena de novelas, el creador trabaja con su cuartilla "como un albañil con los ladrillos". Eso sí, de repente cae en la cuenta de que "es mejor ser un buen albañil que un mal novelista". Y es que, como decía su admirado escritor palentino Tomás Salvador, "escribir es un problema de traspiración -de sudar- y no de inspiración".

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