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Un trío conyugal chino arranca la 60 Berlinale

  • El director Wang Quan'an abrió ayer el festival de cine con 'Tuan Yuan'

El director Wang Quan'an abrió ayer la ronda de aspirantes a los Osos de la Berlinale por Tuan Yuan (Apart Together), un exponente del poderoso cine chino apuntalado en un armonioso trío conyugal, para el que pesa más el ansia del reencuentro que el abismo entre la República Popular y Taiwán.

Inaugurar una Berlinale con aspecto de festival on ice -ni los redoblados servicios de limpieza lograron desembarazarlo del hielo acumulado por siete semanas bajo cero-, con un filme donde no hay ni un ápice de sexo, ni música vibrante, ni guerras sino un trío de ancianos permanentemente comiendo era una apuesta arriesgada.

Ni siquiera el pedigrí del realizador, Oso de Oro en 2007 con La boda de Tuya, allanó el camino para una de esas producciones que, en un festival que suele mimar los filmes asiáticos como el berlinés, habitualmente se coloca en una de esas jornadas intermedias, a modo de relax entre desfiles de estrellas.

A Wang Quan'an le correspondió el honor de abrir la edición del 60 cumpleaños y estuvo más que a la altura de las circunstancias, para todo aquel dispuesto a asumir que una apertura de Berlinale no es sinónimo sine qua non de astros sobre la alfombra roja.

"Empezar un festival con una película que trata de reunificación, familiar o política, es hacerlo bajo un buen augurio", dijo el realizador, tras el pase de prensa, al que compareció con Lisa Lu, leyenda viva del cine de su país y puntal del trío protagonista.

"Comer y reencontrarse son dos buenos ejercicios de convivencia", añadió ante las persistentes preguntas sobre la alta dosis gastronómica de su film, buena parte del cual discurre alrededor de una sencilla mesa cuadrada generosamente surtida de suculencias.

Tuan Yuan se centra en el trío formado por un soldado que huyó a Taiwán dejando al amor de su vida en Shangai, la mujer de sus sueños y el esposo actual de ésta, cincuenta años después de la separación de la pareja original. Varias cosas en el trío son extremas: el formalismo, el afán de armonía, la sencillez y, también, las ganas de disfrutar de la buena mesa.

A todo ello consagran sus esfuerzos, con una única pelea en un restaurante y continuamente estorbados por el grupo familiar formado por hijos, nieta y algún pariente político, por supuesto menos generosos que ellos respecto al prójimo.

El Shangai de los rascacielos va robando espacio al de las casas pobres desde donde tratan de recomponer sus vidas, mientras inician los trámites del probablemente divorcio más ejemplar de la historia del cine.

No es el Shangai que dejó el soldado en su huida de los comunistas ni tampoco ella es la que fue, puesto que a la fidelidad que entonces quedó en suspenso se sumó la que ahora debe al buen marido que la sacó adelante.

Si en La Boda de Tuya Wang armó su historia de amor sobre una mujer, joven y hermosa, entre dos fidelidades -al marido viejo y a la tierra, un pedregal en Mongolia-, ahora lo hace sobre ese otro trío y el Shangai de cielo gris.

"Creo haber transmitido el valor del reencuentro y la reconciliación, el máximo ideal para los chinos. Estar juntos, en familia, con todo lo que ello significa de felicidad y enojos", resumió el director. Quienes mejor entienden el valor del reencuentro son aquellos que más perdieron con la escisión, el perfecto trío conyugal, mientras que la generación posterior parece más concentrada en sus egoísmos.

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