El Atrio, como sea

Se aprecia como si tratara de subyugar la propia voluntad de Granada y así hacer que se llegue a ejecutar el proyecto

Está la historia de Granada salpicada de pequeños -o grandes- pleitos entre las administraciones de la propia ciudad y las sucesivas existentes para regir los designios de aquella otra ciudadela palaciega que corona su paisaje y urbanismo, cual es la Alhambra. Pleitos por asuntos substanciosos económica o políticamente o aquellos otros cuya substancia dirimida estriba sólo -y nada menos- que en cuestiones de carácter protocolario, sobre la precedencia de unas u otras autoridades en determinados momentos y asuntos.

Ciertamente, el divorcio existente entre dos 'enamorados', cuales debieran ser la propia ciudad de Granada y el incomparable monumento nazarí, ha persistido durante siglos, sin que nunca -salvo en momentos muy puntuales y verdaderamente raros de la historia- se hayan sabido armonizar las acciones de ambos gobiernos, los de la ciudad y los de la ciudadela, en beneficio mutuo y a plena satisfacción de los habitantes de ambos lugares mientras han existido habitantes en ambos- y que, compartiendo los dos el mismo -o casi el mismo- espacio, han llegado en los últimos mil años a ser, a convertirse en dos universos distintos, sin distancia física apenas y tan distantes sin embargo, al tiempo, en la concepción y el devenir de ambos y que muy lejos de solaparse y aún más de complementarse, han mantenido una rivalidad que han hecho de la Alhambra un ente omnipresente pero intocable, reconocido por todos los granadinos -y de todo tiempo- pero como una realidad intangible y lejana -inalcanzable- cuya 'vida' y designios viene determinada por 'otros' que poco o nada tienen que ver, al fin, con la propia ciudad y los ciudadanos de Granada. Todo ello en vez de haberse convertido en una misma cosa de forma que se fundiese en ella Granada y la Alhambra, como dos partes o aspectos de una misma realidad. Pero no debe convenir…

Viene todo esto al caso del denominado en el Plan Director de la Alhambra como "El Atrio" o simplemente proyecto Atrio, sobre el que ya hemos escrito antes y nos hemos opuesto tal y como está concebido, el mismo que, una vez redactado -en ejecución del Plan director citado y del preceptivo concurso público- por dos prestigiosos arquitectos; uno foráneo y famoso y el otro natural granadino y bien reputado igualmente; llegada, casi, la fase de adjudicación de la obra de ejecución, no ha servido, hasta el momento, sino para que estalle una polémica -que visos claros de 'pifostio' tiene- en la que por un lado está la oposición de buena parte de la intelectualidad granadina -personal e institucionalmente- y el propio Icomos asesor de la Unesco y por el otro lado el empecinamiento de los arquitectos autores del proyecto y del propio Patronato de la Alhambra y el Generalife -léase Junta de Sevilla o poder sevillano- que con un doble lenguaje -no pero sí y sí pero no- y lejos de comportarse como poder autonómico descentralizado, aparece como una fuerza que, en última instancia, se aprecia como si tratara de subyugar la propia voluntad de Granada y de los granadinos y así hacer que se llegue a ejecutar el proyecto; de cuarenta y cinco millones de eurillos, no se pierda de vista; por encima de todas las opiniones y voluntades ciudadanas. Aunque haya que recurrir a informes de colectivos de profesionales tan necesitados, en estos últimos tiempos, de ejecución de proyectos de obras. Por cierto y aunque no venga al caso, el tren metropolitano de Granada, que también lo ha realizado la Junta de Sevilla, ha costado, al fin, más del doble de lo presupuestado. Y no decimos la cifra porque no nos cabe ya en esta columna. ¿O no?

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