La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Banderas: en Málaga también cuecen habas

Lección de consumo interno: ¿Por qué no dejamos de mirar a Málaga desde el fondo del pozo e intentamos salvar lo salvable?

En Málaga no son tan perfectos. Ni sus políticos tan eficaces. Meten la pata como en todas partes. Como tanto nos gusta en Granada. Lo más sorprendente del "humillante" desencuentro entre Antonio Banderas y la capital de la Costa del Sol es que no se haya producido en un escenario mucho más propicio para un desplante de tal torpeza: Granada. Esa ciudad donde 'todo es posible' que ya atesora una dilatada experiencia en promover proyectos contra la gente -el más reciente el intento frustrado de declarar la Alpujarra Patrimonio de la Humanidad-, tumbar iniciativas que han contado con un amplio respaldo ciudadano -¿alguien sabe qué ocurrió realmente con el Hay Festival?- y firmar capítulos de interminable polémica sobre infraestructuras y equipamientos que deberían servir para construir una nuevo modelo de ciudad -del Centro Lorca, el Atrio de la Alhambra y el gran Teatro de la Ópera de Kengo Kuma que acabó arrumbado en un cajón hasta la estación fallida de Rafael Moneo para el AVE-.

Ni siquiera la crisis y la falta de inversión -excusas recurrentes en nuestro caso- sirven para explicar la perplejidad nacional que ha supuesto el rechazo del proyecto ideado por el actor malagueño para dar vida a un emblemático espacio de su ciudad natal con un nuevo reclamo que sumar a la creciente -y envidiada-oferta artística y museística de una expansiva Málaga que ha sabido colarse en el mapa del turismo cultural. Ecos Urbanos ganó un concurso internacional de ideas -donde concurrieron 72 equipos- para el desarrollo urbano del cotizado solar que albergaba los antiguos cines Astoria y Victoria y que, después de haber sido adquirido por el promotor granadino Antonio Rubio, terminó pasando a manos del Ayuntamiento. Su propuesta logró la máxima puntuación del jurado tanto en planteamiento como en viabilidad: dos teatros, talleres escénicos, seminarios de formación, cursos de dirección, platós televisivos, becas para estudiantes, espacios para jazz, música y danza, zonas de ocio y restauración a cargo de las escuelas de hostelería… Se reservaba un espacio para ampliar la Casa Natal de Picasso y se distribuían en varias plantas hasta 23 establecimientos de ocio y restauración. ¿No lo querríamos en Granada? ¿No lo querría cualquier ciudad?

Pero entonces llegó la política. Y los recelos. Y el enfrentamiento partidista. Todo lo precipitó una decisión de su alcalde que ha tenido un efecto boomerang: Francisco de la Torre (PP) se quiso reservar la baza de que el fallo del jurado no fuera vinculante -para no tener que ejecutarlo si no le gustaba la propuesta- y se impuso un segundo proceso de concurrencia competitiva. Pero esta segunda vuelta la planteó públicamente como un traje a medida para Banderas y se desató la crisis.

El actor no sólo había recurrido a un arquitecto de prestigio (José Seguí) y a una solvente plataforma empresarial como Starlite, sino que él mismo arriesga su dinero en la iniciativa. La gresca municipal, la miopía de la ciudad, el ruido malintencionado, lo han ahuyentado. En menos de 24 horas, 15.000 malagueños se han movilizado en change.org para intentar disuadirlo. En la casa consistorial, los grupos políticos se reprochan las culpas y alimentan la polémica lanzando la duda de si es todo una fachada para echarse atrás porque al final -con las pertinentes pegas de Cultura-no le salen los números... De la Torres, mientras tanto, entona el papel de derrotado y ya busca un plan B.

Sin cuestionar, por supuesto, la exigencia de máxima transparencia y el cumplimiento estricto de la legalidad, lo relevante del caso Banderas no es tanto cómo evolucione el escándalo sino lo mucho que nos revela sobre las dinámicas de la gestión local -por lo rehenes que somos de los procesos, de la burocracia, de la mediocridad- y sobre las consecuencias del juego partidista cuando nos enfrentamos a supuestos profesionales sin altura de miras, responsabilidad ni lucidez para ser capaces de anteponer los intereses de una ciudad.

La segunda lección es de consumo interno: estaría bien que empezáramos a dejar de mirar a Málaga desde el fondo del pozo y nos preocupáramos de ordenar y enderezar nuestra casa. De intentar salvar lo salvable si es que lo hay.

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