Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Bonello

Las elecciones catalanas coinciden con el aniversario del España-Malta donde nadie quiere hacer de Bonello

Como un aperitivo del Madrid-Barça del próximo sábado, Carles Puigdemont se fue ayer a ver el Girona-Getafe en un bar de Bruselas y aprovechó el descanso para echar un mitin a los parroquianos. Un adelanto a escala del enésimo choque entre esta metáfora de las dos Españas, el único enfrentamiento real cuando estaban en los banquillos Guardiola y Mourinho, que ahora extrapolan sus diferencias y se lían a garrotazos dialécticos en Manchester. De todos los finales posibles de la jornada del jueves 21 de diciembre, Puigdemont querrá cualquiera menos la del Steaua de Bucarest. Igual se casó con una rumana para conjurar el maleficio de Lacatus, Piturca y Duckadam.

Las encuestas apuntan a un 21-D con final de prórroga y penaltis. Puigdemont no se fía, se teme un Tongo Belga, un pucherazo a lo Romero Robledo. La jornada electoral coincide con un nuevo aniversario del España-Malta en el que nadie quiere hacer de Bonello. Hasta los que no vieron el partido se conocen a los artilleros de aquella noche: cuatro de Rincón, cuatro de Santillana, dos de Maceda, Sarabia y Señor. Esa goleada dejó fuera de la Eurocopa de Francia 84 a Holanda, que es el auténtico espejo del catalanismo irredento, aunque el títere de Varennes se fuera a Bélgica y sueñe con volver como un nuevo Tarradellas de este exilio de pacotilla en un martirologio de engañabobos con sus exiliados y sus presos políticos de playmobil.

Segunda quincena de diciembre que se abrió con el cumpleaños de Rafael Alberti. El marinero en tierra, exiliado de verdad, habría cumplido 115 años el día 16. ¿Se seguirá hablando de estas cosas cuando la estela de Alberti llegue a los 155 años dentro de cuatro décadas? Los poetas del 27 se reunieron para conmemorar a Góngora y los políticos secesionistas se empeñan en recordar a Quevedo, el mejor aliado para unirse contra el Conde-Duque de Olivares, ese ogro que se supone que les cortó las alas a los catalanes.

Cuando los niños de San Ildefonso canten los números de la fortuna del día 22, sus voces se mezclarán con las terminaciones de la jornada electoral: pedreas y apedreos. Del cero al infinito en puertas de un nuevo Madrid-Barça con el Bernabéu convertido en un Liceo de borceguíes, termómetro de las nuevas sensaciones o del hastío de siempre.

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