¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Carrero

Su asesinato supuso el encumbramiento de ETA, cuyos fantasmas aún atormentan a nuestra democracia Mis amigos comunistas

Imagen del gran boquete que dejó el atentado contra Carrero Blanco.

Imagen del gran boquete que dejó el atentado contra Carrero Blanco. / Ds

HACE unos años cayó en mis manos el manuscrito de una novela que narraba la vida íntima y familiar de Carrero Blanco. Pese a que la autora era una descendiente del almirante, su mirada sobre el personaje era un tanto inmisericorde, con esos rencores que se suelen incubar en el interior de las familias. En la novela, que nunca se llegó a publicar, el que fuese presidente del Gobierno de Franco aparecía retratado como un hombre oportunista, cobarde y excesivamente duro con sus allegados. La autora era una inteligente persona de izquierdas, por lo que, siguiendo la precaución debida a cualquier alumni de una facultad de Historia, no sabría decir si en su visión sobre el personaje pesaban más las cuestiones íntimas o las políticas. Al fin y al cabo, el almirante, hombre fuerte del tardofranquismo, fue una de las bestias negras de la siniestra española, que celebró su asesinato con el famoso estribillo “Carrero voló, voló”

Precisamente, estos días Carrero vuelve a estar de moda por el cincuenta aniversario del atentado de ETA que acabó con su vida, la archiconocida Operación Ogro. Más allá de las delirantes teorías conspirativas que suelen acompañar el relato del magnicidio, lo que más sorprende cuando uno lee, ve imágenes o escucha grabaciones sobre el suceso es la inmensa ingenuidad de un régimen que estaba claramente agotado y que casi recibió como un alivio la muerte de Carrero. Más que con serenidad, el franquismo reaccionó con desgana y da la sensación que el único que sintió el asesinato fue el propio Franco (ahí está la famosa foto en la que el dictador llora amargamente ante la viuda de su colaborador). El desaparecido Manuel del Valle, ex alcalde de Sevilla, contó una vez lo mal que lo pasó el 20 de diciembre de 1973. Su misión fue deshacerse de los archivos locales del PSOE y la UGT clandestinos. Los tiró al Guadalquivir. Todo el mundo pensaba en una oleada represora que nunca llegó. El régimen había empezado a entregar la cuchara. La llegada de la democracia no solo fue una liberación para la izquierda.

¿Se habría prolongado el franquismo más allá de la muerte del general con Carrero vivo? Me atrevo a especular que no. Probablemente, Juan Carlos I –que algo le debe al almirante– le hubiese ordenado retirarse a su casa y este hubiese obedecido. Después, la biología habría hecho su trabajo. De lo que no me cabe ninguna duda es que ese atentado que algunos jalearon supuso un gran espaldarazo para una organización terrorista que se convirtió en el principal problema de la democracia y cuyos fantasmas todavía atormentan a nuestra política.

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