Pieza suelta

José Antonio / Pérez Tapias

Corpus y cuerpos

LA celebración del Corpus Christi se remonta al siglo XIII. En Granada es fiesta mayor desde que los Reyes Católicos así lo decretaron para una ciudad destinada a capital de la cristiandad y sede de la monarquía hispánica. La procesión eucarística había de reforzar la adhesión de la población morisca a la religión impuesta. La fiesta atraviesa siglos hasta llegar a una sociedad secularizada en la que la reducción a folklore de antiguas manifestaciones cristianas compite con sutiles idolatrías tras oficialidades eclesiásticas.

El "cuerpo de Cristo", hostia en itinerante altar barroco -la Contrarreforma hizo del Corpus emblema católico frente al luteranismo-, es objeto de derivas que dejan atrás su simbolismo de cuerpo entregado en la esperanza de vencer a la muerte -no mera expectativa de inmortalidad-, de pan con significado fraterno, de acción de gracias por la liberación incoada. Con el conformismo espiritualista que desvirtuó una religión que hizo del cuerpo del Crucificado, mediando la experiencia de que la muerte no es la última palabra, el centro de su liturgia, sus símbolos de libertad se asfixiaron en la servidumbre.

¿Y los cuerpos, ésos que conocen salud y enfermedad, goce y sufrimiento, relación y separación, emancipación y represión? En cada caso es cuerpo que tenemos, pero aún más cuerpo que somos, tan olvidado en época de secularizada religión del cuerpo, con sus ritos y falsas promesas. Rastreando qué ocurre con los cuerpos nos tropezamos con sus restos, los que quedan tras la muerte, tantas veces ocultados por asesinos que incluso quisieron matar doblemente a sus víctimas rematando su recuerdo.

Matar y rematar: esencia del fascismo. Lo sabemos en Granada, donde esperan unos cuatro mil fusilados en la "guerra incivil" y la dictadura junto a las tapias del cementerio. Pero en esta Granada del Corpus que tenuemente remite a un crucificado, muchos nada quieren saber de cuerpos masacrados. Aún escamotean el reconocimiento que se debe proponiendo arteramente levantar en el camposanto una Piedad en recuerdo de todas las víctimas. Con referencia a una totalidad neutra y manipulando la iconografía cristiana, se intenta hurtar el homenaje a quienes murieron con sus cuerpos acribillados. No es el problema una Piedad que hasta no creyentes podrían asumir como versión materno-filial de los sentimientos que, en clave fraternal bajo molde griego, impulsaron a Antígona. El problema es la profanación de la memoria, en el Corpus y ante los restos de los cuerpos. Todo se quiere dejar enterrado para no alterar una feria permanentemente desubicada.

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