Depresión post-Puerto

La depresión post-vacacional es demasiado abstracta, es mucho mejor echar de menos paisajes y gentes

La hermana de un amigo, cuando ha llegado a su casa después del veraneo, se ha autodiagnosticado depresión post-Puerto. Me ha encantado, no sólo por mi querencia a los juegos de palabras. También por el cariño que demuestra a mi pueblo, al que el bajón que padece ahora rinde un gozoso homenaje. Y, sobre todo, porque al jugar con la depresión post-parto, sugiere que las semanas que ha pasado entre nosotros han sido luminosas y fructíferas. Connotan una vida nueva, incluso.

Aunque con el Puerto tiene la chispa de la paronomasia, el fondo celebrativo sería igual con la depresión post-Sanlúcar, post-Roche, post-Mazagón o post-Marbella. Cualquiera de ellos mucho mejor, dónde va a parar, que la ordinaria depresión post-vacacional, que parece que lo que uno echa de menos es la tumbona. La post-vacacional es de vagos, mientras que la depresión post-Puerto indica un arraigo a la tierra y una pasión por el paisaje y por el paisanaje. Quien tiene depresión post-vacacional lamenta haber dejado de hacer nada y quien tiene depresión post-Puerto reconoce haberlo disfrutado bastante, lo cual es, sin duda, más pleno y agradecido.

El acierto verbal y anímico de esta chica no me debería sorprender. Hace mucho mi amigo me contó que sus hermanas eran tan delicadamente snobs que, cada vez que le preguntan que cuántos hermanos son, él tiene la tentación de contestar que seis: tres varones y tres baronesas. Me lo guardé por si alguna vez escribía una novela, y lo colocaba allí. Aquí queda más auténtico.

El ingenio verbal va en la sangre de la familia. A mí, divirtiéndome lo de las baronesas, la depresión me hace todavía más gracia. Aprovechando que ya mi verano también se acaba, pero que yo me quedo en el Puerto de retén de guardia, he buscado una buena depresión para ponerle nombre a mi tristeza preotoñal. La he encontrado.

Me voy a diagnosticar una depresión post-parten, para cuando los veraneantes, con su amistad a cuestas, sus historias, sus ganas de hacer planes y de comer peces y su jaleo jovial partan a sus cuarteles de invierno, y nos dejen aquí, esperando el verano que viene. Una vez escribí que una elegía no es más que un himno que llega con retraso. Yo, siempre celebro a los veraneantes, pero este año, además del himno puntual en pleno apogeo de agosto, los voy a celebrar en septiembre con una buena depresión post-parten. Hasta el año que viene, en que volveremos a darnos a la luz

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