Apenas 40 años después de la reconquista de Granada para el occidente cristiano, esto es en 1533, los hijos de Elio Antonio de Nebrija –Sancho y Sebastián– instalaban en Granada la que fue primera imprenta editorial de esta ciudad, poniendo con ello, junto a la fundación carolina de la Imperial Universidad, la que puede ser consideraba como primera piedra del edificio eminentemente cultural en el carácter moderno de Granada y en la consideración de ésta por las clases cultas no sólo de España, sino de Europa.

Que Granada es, esencialmente, una ciudad cultural, por encima de cualesquiera otras consideraciones, podría ser considerada como afirmación propia de Pero Grullo. Muy posiblemente la admiración y el deseo de ser incorporada al mundo occidental, que marcaron muy buena parte de la baja Edad Media, perfilaron a esta capital del último reino musulmán en Europa como más firme candidata a convertirse precisamente en eso, una ciudad de cultura, de encuentros, de creación artística que la hizo, casi desde el principio del ahora en la cuna del endecasílabo, meta de arquitectos y escultores y casa habitación de nobles mecenas que anhelaron competir con Italia en la producción artística, en todos sus órdenes y expresiones, desde el inicio del Renacimiento, en un ‘Cinquecento’ andaluz, sorpresivo y sorprendente que vino a conformar, muy poco después, la gran escuela barroca granadina, cuya influencia irradió desde las ciudades del Levante mediterráneo hasta el más lejano poniente andaluz y, desde ahí, al Nuevo Mundo americano, llamado entonces ‘Las Indias Occidentales’.

Los granadinos de los siglos posteriores han proseguido labrando ese carácter singular de ‘Ciudad de la Cultura’ que distingue a Granada en el concierto de ciudades españolas y europeas y no sólo conformando la ciudad en tal luminoso camino, sino, dentro de ella y como faro de excepción, en su prestigiosa Universidad que, si bien su calidad la sitúa entre las cien más destacadas del mundo, toda la parafernalia universitaria ha sido influencia insoslayable en el desarrollo y el sostenimiento de los ambientes cultos y creativos de Granada.

Por eso, a poco que haya verdadero empeño en nuestro Consistorio en concurrir a la denominación oficial de Granada como ‘Capital Cultural de Europa’, esta empresa no será, seguro, el séptimo trabajo de Hércules, siempre y cuando las comisiones que para ello constituya la alcaldesa –que las debe de presidir en nombre y representación de todos los granadinos– no se colonicen por políticos florones que en nada podrán contribuir para lograr tal anhelo y se constituyan, por el contrario, por verdaderos especialistas, técnicos, profesores, artistas de toda clase y gestores culturales que son los que, de verdad de verdad, saben de esas cosas. Y los políticos se aparten amablemente, para estorbar lo menos posible ¿O no’

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