EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Ideas políticas

LLEVO siglos repitiendo que las ideas políticas de un escritor -o de cualquier artista- no tienen ninguna importancia, porque lo único que cuenta de verdad es la obra, y la obra no se hace con propuestas políticas ni consignas electorales, sino con vida y experiencia e imaginación y memoria. De hecho, nos horrorizaríamos si conociéramos los disparates ideológicos que muchos artistas han defendido, empezando por el propio Tolstoi, al que sus ideas políticas y morales empujaron en su vejez a repudiar toda su obra, que consideró pecaminosa y diabólica. Pero hoy en día, más de un siglo después de la muerte de Tolstoi, cualquiera que lea sus novelas se encontrará con unos personajes y unas situaciones que le pueden explicar su propia vida, mientras que casi nadie se puede tomar en serio sus absurdos panfletos contra los peligros morales del tabaco o contra la falsedad intrínseca de toda la literatura de creación (Shakespeare, en opinión de Tolstoi, corrompía al público con sus obscenas obras de teatro). Por suerte, el Tolstoi escritor sigue siendo leído y admirado, aunque nadie se acuerde ya del otro Tolstoi que escribía panfletos para educar a los campesinos. El artista permanece y permanecerá muchos años, al mismo tiempo que sus ideas se han desvanecido por completo.

Digo esto porque se ha procesado en Sevilla a la concejal Josefa Medrano (de IU), que hace un año prohibió un homenaje a Agustín de Foxá con el argumento de que Foxá era un escritor falangista y que como tal debía aplicársele la Ley de Memoria Histórica. Está claro que la concejal cometió una torpeza -o algo bastante más grave que una torpeza-, pero nada de eso justifica que se la procese y mucho menos que se la inhabilite para ejercer su cargo. La concejal sólo puso de manifiesto algo que es bastante evidente: el terrible sectarismo de una gran parte de la izquierda española -la misma que le negó méritos a Vargas Llosa por ser un escritor "liberal" que se oponía a la izquierda dogmática-, pero el sectarismo es algo que parece estar inscrito en el código genético de nuestros políticos, ya sean de un bando o del otro, de derechas o de izquierdas (el gran Vargas Llosa, en cambio, es cualquier cosa menos un sectario).

Seamos serios: ni la simpleza ni la cerrazón ideológica parecen un motivo suficiente para inhabilitar a un concejal. Si fuera así, el cincuenta por ciento de la clase política, y quizá nos quedamos cortos, ya debería haber sido inhabilitada. O sea que no habría que tomarse tan en serio esta metedura de pata de una concejal que quizá no está demasiado capacitada para su cargo, pero que tampoco ha cometido un delito muy grave, como parece entender la juez que la ha procesado. ¿Por qué no la dejan ya en paz?

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