LA muerte de un niño pequeño de seis años ha unido a dos adversarios políticos: el Primer Ministro inglés Gordon Brown y el líder de la oposición y del Partido Conservador, David Cameron. El pequeño Iván Cameron ha muerto en un hospital de Londres esta semana. Padecía una extraña enfermedad que afecta a uno de cada quinientos epilépticos y sus padres sabían por los médicos desde que se la diagnosticaron que su hijo no llegaría a la edad adulta. El niño mayor de los Cameron necesitó atención veinticuatro horas al día toda su vida, no podía caminar ni hablar, y siempre se alimentó a través de un tubo en el estómago. Entraba regularmente de urgencia en el hospital y su padre pasó innumerables noches durmiendo en un colchón a su lado. Pero su muerte, por más anunciada que hubiera sido, ha destrozado a sus padres y ha producido una profunda conmoción en la sociedad inglesa. Resulta en cierto modo revelador y al mismo tiempo esperanzador que un niño que apenas hacía otra cosa que permanecer adormilado todo el día como consecuencia de la parálisis cerebral que padecía haya sido capaz de producir tal efecto sobre la opinión pública de su país. El primer ministro inglés, rival político del padre de Iván, ha dicho recordando la muerte unos años atrás de su hija Jennifer: "Esto es algo que ningún padre debiera tener que soportar". Y refiriéndose después a la muerte prematura del hijo mayor de los Cameron, apostilló: "Sé que a pesar de su corta vida, trajo alegría a todos los que le rodearon, y sé también que todos los días de su vida estuvo rodeado por el amor de su familia".

Los comentaristas políticos ingleses han fijado su atención estos días en el hecho de que un niño pequeño haya sido capaz de unir a dos adversarios políticos, que tendrán que disputarse el poder en breve. La política, que nos separa constantemente, ha quedado a un lado por un momento y parecen haber aflorado elementos de la condición humana que no podemos ocultar y que hacen aparecer un vínculo común que nos une en la solidaridad y la compasión en momentos críticos, como ha recordado Brown en su intervención parlamentaria. En ese momento ningún representante del pueblo, con independencia de su color político, dudó de la sinceridad de sus palabras.

Resulta inevitable, a pesar de la dureza de la situación, mirar con cierta envidia este interregno de humanidad entre los rivales políticos mientras aquí nos desayunamos cada día con espectáculo de encarnizamiento electoral, especialmente en Galicia, como si no hubiera vida más allá del domingo.

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