Han transcurrido casi cuatro decenios. Cuarenta años en los que nos tratamos con muy especial afecto y similar familiaridad a la de sangre. Y realmente compartimos, en ese tiempo, el parentesco de los que aman la trascendencia de las acciones en los seres humanos, esos gestos y acciones de los que nacen las artes todas, las letras todas y la irrefrenable curiosidad que origina el avance de las ciencias y del pensamiento. ¡Claro!, nos conocimos en el Centro Artístico, porque Juan de Loxa era, en aquellos entonces, vocal de Bellas Artes y de Literatura en la centenaria institución granadina, en la que rivalizaba y al final ganaba frente a aquel torbellino inquieto y creador y eminente activista que fue nuestra, también, querida y muy admirada Eulalia Dolores de la Higuera.

Fueron años muy difíciles para el Centro Artístico, años en los que la actividad había decrecido de manera tan extraordinaria que a punto estuvo de desaparecer. Y no desapareció por la presencia activa de personas como era el caso de Juan de Loxa, que era capaz de hacer un verso con la espina roma de un rosal y una revistilla reivindicativa con el papel de una inofensiva hoja parroquial, como la que tituló con la cabecera de La Pecera, criticando así, con la inteligencia y finura que siempre le caracterizaron, la inactividad de aquellos socios del Centro que empleaban esa ‘escaparatosa’ estancia, a ras de calle, sólo para hundirse, indolentes, en los mullidos sillones ‘chester’ de aquella sala, amplia y luminosa y dormitar hasta mediodía. Pero esa es otra historia, muy distinta a la que deseo traer hoy a esta columna de tinta y de papel.

Sí, Juan de Loxa murió sorpresivamente y aunque apenas pocos días antes hablamos por teléfono, decidió –sin avisar– dejar el cuerpo aquí y llevarse el alma a donde quiera que le apeteció, harto ya de tanta falsedad e inoperancia de algunos. Pero Juan se fue nítido en sus contornos, claro y sensual entre sus versos y dejaba aquí todas esas cosas en cuya reunión se había afanado toda la vida: libros, cartas, fotos, dibujos, grabados, sueños, proyectos incomprendidos, cajas de estupendas sonrisas y bolsas de lamentables incomprensiones de mentes obtusas e incapaces.

Juan marchó con la misma autoridad e independencia con que había vivido. No dijo adiós.. Y se nos fue, sin dejar por escrito –sentía terror por las cosas tras la muerte– que sus herederos han de ser de los que sepan de rimas consonantes de ternura y los que anhelen los sueños imposibles y que son, sin embargo –algunos lo sabemos– perfectamente alcanzables. Siempre deseó enriquecer con los suyos propios los fondos artísticos y documentales de la Casa Museo de Federico, esa Casa Natal de García Lorca, en Fuente Vaqueros, que fue su vida y su vida él le dio. Y aunque sus herederos legales harán lo que quieran, sí les agradeceremos, todos los que quisimos a Juan de Loxa, que hagan lo que deban. Total, a cambio de un puñado de billetes podrían dejar a Juan como un verso suelto para siempre, si disgregan lo que él tardó una vida en reunir con sentido ¿O no?

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