El Metro fantasma

Sólo quedaría que los conductores de los vacíos artilugios fuesen, además de tocando la campanita de marras, haciendo burla

La escena vendría a ser en esas horas de la madrugada en las que las calles de Granada casi están completamente desiertas. Un extraño ruido y un cierto temblor del suelo nos harían pensar que un pequeño terremoto se estaba produciendo, pero no, no sería nada de eso, lo más probable es que fuese el tranvía, ese deseo llamado Metro que vendría desfilando misterioso, adornado su paso del toque de campana que le da más misterio y morbo extraño, si cabe. Podría, en su interior, iluminado con luces amarillentas, ir habitado de extrañas figuras misteriosas, casi de ultratumba, no serían otros que los cabezudos reales, en carne y hueso, que salen en la pública de las fiestas del Corpus, haciendo una extraña algarabía, dando saltos y vejigazos a su paso al alcalde Paco Cuenca, a la concejal de Movilidad, al solitario -unitario quiero decir- Puentedura y haciendo burla a los demás del PP o de Podemos o Ciudadanos. Todo ello mezclado en intervalos con largos silencios, como si de la Santa Compaña se tratase, con estandartes y farolillos, con gentes raras de grotescos rostros y ese rummmmm continuado del arrastrar de los hierros de las ruedas y el roce de las catenarias al compás de un pasodoble torero…

El Metro sí, podría estar transformándose en una fantasmal aparición, sólo que, por deambular desierto y durante el día, no llega a ser una de las pesadillas geniales de Edgar Alan Poe o de Chicho Ibáñez Serrador, pero sí que lo es de Granada y de los granadinos. El Metro es una pesadilla que apenas se ha dejado notar en el último mes, porque en Granada no quedaba casi nadie, huidos todos -o casi- por mor de las calores, esas canículas brutales que hemos padecido este veranito que para nosotros, los que aquí permanecimos, se queda…

El Metro sí, está transformándose -o quizás ya se ha transformado- en una permanente y deambulante burla, sin la gracia y ocurrencia de las carocas, pero con muchos "fonsecámetros" de intensidad, de esos de los que habla Pepe Ladrón de Guevara en su insuperable Tratado de la mala follá granaina. Sólo quedaría que los conductores de los vacíos artilugios fuesen, además de tocando la campanita de marras, haciendo burla marinera a todos los que, desde las aceras lo vemos pasar, como la gran broma de la Junta de Sevilla. Para más coña dicen que el asunto depende de la consejería de Fomento. De fomento de qué…

El Metro sí, ha dado más vueltas al mundo que Marco Polo y ni pensar quiero cuando estén todos los niños en los colegios, con todos los autobuses escolares y los coches de sus papás haciendo cola para descargar en las puertas de los coles, de todos los coles de Granada. Y llueva… sólo un poco, pero llueva…

Luego, después de haber colmado todas las paciencias para que nos digan que no soluciona gran cosa, como en Jaén. ¿O no?

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