Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Pórtico de la gloria

POR más que nuestro comportamiento durante las vacaciones de agosto haya sido zumbón y relajado, septiembre nos va a redimir de todas las faltas. Yo ya casi lo estoy. ¡Qué calendario! Primero la larguísima beatificación de Fray Leopoldo, con todos sus prólogos, introducciones, proemios, preámbulos, introitos, exordios, epílogos, remates y colofones, y hoy, sin tiempo para reponernos, la ofrenda floral de la Patrona que el alcalde José Torres Hurtado quiere convertir en día festivo local, el acontecimiento mariano que precede a la procesión de la Virgen de las Angustias el último domingo del mes. Ya sea directa o indirectamente, entre bendiciones deliberadas y bendiciones fortuitas, entre sermones y actos de contrición, el inicio de curso se ha convertido en una especie de inmersión espiritual a la granadina. Por fortuna nos queda Miguel Ríos.

Nada que objetar, por supuesto, a tal concentración de santimonia. He recibido tantas bendiciones queriendo o sin querer desde que vine al mundo que no me pesan. La beatificación del domingo fue un acontecimiento brillante, dentro de la adusta solemnidad de un oficio religioso presidido, por añadidura, por una cuantiosa representación de la jerarquía eclesiástica española que, como nadie ignora, no es precisamente la alegría de la huerta. Como se suele decir no hay que pedirle peras al olmo ni sonrisas al atribulado.

Lo que sí han fallado estrepitosamente son los argumentos económicos y turísticos que defendió Torres Hurtado y que calaron entre los hoteleros, restauradores y vendedores de bocadillos de Granada y Armilla, que acopiaron alimentos perecederos como para alimentar a cinco batallones de devotos hambrientos y que luego han tenido que tirar a la basura. No, la beatificación de Fray Leopoldo no es el motor económico que en sus sueños místicos vislumbró Torres Hurtado. Unas visiones tan hiperbólicas (y tan interesadas) que superaban incluso los beneficios del Parque de las Ciencias.

El turismo, si es que se le puede llamar así, que genera Fray Leopoldo es humilde y contenido como el propio fraile, un personaje propio de una ciudad de provincias mordida por las miserias de la posguerra, aventada por la credulidad de los desvalidos y sometida al negocio espiritual de una Iglesia cómplice de un régimen oscurantista. De esa mezcla nació ese entrañable personaje cuyas anécdotas parecen entresacadas en aquellas películas de monjas y niños visionarios de los años cincuenta. Los fieles del fraile, con los que todos los días me cruzo, a lo más invierten una vez al año en un ramito de flores y en Navidad en un boleto de la lotería de la calle Divina Pastora. El bocadillo de mortadela lo traen de casa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios