SE atribuye a Groucho Marx la famosa frase que dice que la justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música. Se trata de una manera ingeniosa de vapulear a la justicia militar que da por hecha la pobre categoría artística de la música militar, con la que no se mete. Afortunadamente para él, Groucho no conocía la Semana Santa. De haber sido así podría haber cambiado la segunda proposición de su sentencia sin que cambiara sustancialmente el significado. Habría quedado así: La justicia militar es a la justicia lo que la música de Semana Santa es a la música. Espero que nadie se ofenda si le atribuyo poco -o nulo- interés artístico a la música cofrade. Yo, como crítico musical de este diario, no se la he encontrado, aunque admito que tal vez ayudaría el hecho de que las bandas de cornetas que acompañan a los pasos no desafinaran permanentemente.

Los que ya me conozcan sabrán de mi visceral aprensión a esta fatídica semana de diez días en la que estamos inmersos. Debe ser que soy animal de costumbres pero me joroba hasta la exasperación que se pueda modificar durante tanto tiempo la normal dinámica de una ciudad hasta hacerla inhabitable. Incluso la programación habitual de una radio presuntamente progre que no pertenece a la iglesia desaparece para ser sustituida por la retransmisión de las procesiones. Ya sé que siempre queda la opción de huir, de irse de vacaciones a algún lugar tranquilo y apartado donde no sepan de qué les hablas si mencionas la palabra cofrade, cirio o costalero. Pero es que resulta que no me da la gana. Pago mis impuestos como cualquier otro, incluidos los municipales, el permiso de circulación y todo eso, y tengo derecho a quedarme en casa, aunque no pueda salir de ella so pena de verme atrapado entre fervorosos creyentes que gritan ¡guapa! a una figura de escayola.

Tal vez no me enteré bien de qué iba aquel pasaje bíblico del becerro de oro y de lo que suponía adorar a ídolos con pies de barro. Mientras tanto, un año más un tribunal madrileño ha prohibido la marcha atea promovida por la Asociación de Ateos y Librepensadores por el peligro de "alterar el orden público". Puestos a desvariar, yo les propondría a los que disfrutan de tanta procesión que se sometieran durante diez días a un festival de thrash metal -una corriente especialmente extrema y virulenta de rock duro- montado frente a su casa. Y no me digan que eso no responde a ninguna tradición, porque esta imponía hasta hace bien poco el recogimiento, no permitía la música y se obligaba al cierre de cualquier negocio durante toda la semana de duelo. Pero claro, eso les jorobaría la coartada del interés turístico y el consiguiente negocio.

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