Un Triunfo de los moros y los cristianos

Una sola voz para un solo Dios. Eso sí, en idiomas distintos, pero con la misma buena voluntad

Casi desconocemos lo que pudo haber habido antes en aquellas explanadas del Triunfo, en las que hoy se levantan los jardines, la monumental fuente de colores cambiantes, que salió del ingenio del catalán Carles Buïgas, los monumentos que Granada dedicó al Beato Fray Leopoldo de Alpandeire y a San Juan de Dios -de la creadora mano de Miguel Moreno- y muy especialmente el conjunto de columna e imagen de Santa María, que se conoce como el Triunfo de la Inmaculada, casi a cuyo pie fue injustamente ajusticiada; porque quería que fuésemos libres; doña Mariana de Pineda, al término del primer tercio del siglo XIX.

En esos mismos suelos hubo, hasta la conquista de la ciudad y reino, una rauda, un cementerio musulmán de más que regulares proporciones y cuyas piedras, estelas funerarias con inscripciones en árabe, fueron donadas por La Corona a los herederos del Gran Capitán y con ellas construyeron buena parte del monasterio de San Jerónimo, levantado por los duques de Sessa para que descansasen los restos de aquel don Gonzalo, ilustrísimo cordobés que nunca casi descansó en vida y luego tampoco lo dejaron los invasores franceses descansar tras de su muerte.

No faltaría para la danza nada más que un tercero en discordia, para que la cosa anduviese, como tantas veces, entre judíos, moros y cristianos. Pero no, los judíos permanecieron por ciertas partes del Realejo y hasta ahora no han comparecido. Y como si no hay discordia parece no resultarnos la historia lo bastante placentera, ya se ocupó el Ayuntamiento de escoger este lugar, el Triunfo, para que, a la postre, sucediese un conato de incidente que, gracias a Dios -o a Alá, según creamos- no llegó a nada grave, pese a la poca o nula diplomacia municipal.

La feria del Corpus, casi a su inicio, ha sido este año feria de rezos: los musulmanes -los moros, que siempre así aquí se les ha llamado, aunque no fuesen de "Moroc"- fueron los primeros en ese escenario del Triunfo; donde antepasados suyos fueron enterrados para dormir el sueño eterno, hace más de cinco siglos; y donde tras la oración, hace unos días, se rompió el ayuno del Ramadán. Luego fueron los cristianos, con el rezo del Rosario, "para desagraviar" el agravio que nunca hubo, ni de intención.

Puso el broche el arzobispo de Granada, el controvertido Francisco Javier Martínez quien, siguiendo ejemplo de Papas recientes, visitó una de las mezquitas de Granada; a término de la feria, por cierto; y en un dorado atardecer granadino rompió el ayuno del Ramadán con los hermanos musulmanes y rezó ecuménicamente con ellos: una sola voz para un solo Dios. Eso sí, en idiomas distintos, pero con la misma buena voluntad. Ese ha sido un triunfo de los moros y cristianos. Son siempre de agradecer las actitudes generosas. ¿O no?

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