En una ciudad que rebosa prisas, en la que cuesta trabajo pararse a ver quién camina a nuestro lado es vital tender una mano a quien más lo necesita. Conviene sosegar el paso, pisar el freno y ofrecer el brazo, si es necesario, para que nuestros mayores crucen tranquilos y sin miedo a ser atropellados por las prisas. Como todos tenemos que andar este camino, conviene que la ciudad se vuelva un poco más amable con nuestros mayores, con quienes han llegado a la tercera edad luchando y trabajando para salir adelante.
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