Ni honores ni medallas

Son bomberos, gente que salva a gente, criaturas de corazón grande que se dan por nada a cambio

No, no son frecuentes por estos lares occidentales los actos de generosidad desinteresada. Y precisamente por ello, lo que no puede ser tolerable es que a quienes adoptan esas singulares actitudes de gran nobleza se les quiera, encima, perseguir, retorciendo el espíritu de la ley y situando en esta ocasión a la Justicia -y como hemos visto- en el podio público de lo ridículo.

Nunca debiese haber cabido en cabeza humana, el procesamiento y la inculpación a tres voluntarios; pertenecientes en este caso al cuerpo de bomberos de Sevilla; por el hecho de haberse prestado a ayudar en el salvamento de seres humanos, en las más desesperadas circunstancias y en las que otros -desconocidos-pueden llegar a estar rodeados por general abandono y clara amenaza, hasta de la muerte, pues tratando de dejar tras de si una vida llena de oprobiosas y lacerantes circunstancias y huyendo las criaturas en la esperanza de una existencia nueva, lo que encuentran es abandono, incomprensión, frío, sed, hambre, persecución y nuevamente la muerte, que los cerca casi siempre.

En esto que, en esa desesperación, en esa absoluta desasistencia y encontrándose rodeados de los cadáveres de otros semejantes -otros prójimos- que les acompañaban en su tremenda huida, como irrevocable anuncio de lo que les espera, en medio de un mar desconocido y a la vista cercana de costas inciertas, les aparecen otras criaturas que -con sorprendente pericia- los rescatan, los ayudan, les prestan las fuerzas de las que ya no disponen y los llevan a lugar en donde, al menos la muerte, ya no es enemigo tan a tener en cuenta.

Y héteme aquí que la única ocurrencia del Estado imperante en aquellas costas -tierra otrora de epopeyas troyanas, míticas odiseas o deliciosas poetas femeniles- frente a las que esta lucha mortal acontecía, no fue sino acusar, por un supuesto delito de tráfico de seres humanos, a estos tres bomberos sevillanos que, aún a riesgo de sus propias vida, no hicieron sino salvar las ajenas e infundir algún calor en sus helados cuerpos y alguna esperanza en sus maltratadas almas de mortales, llenas de miedo negro y que ya en poco o en nada les quedaba por creer.

Les han dejado libres, ¡lástima fuera! Aunque, si de algo valiesen, habría que darles medallas y reconocerles honores, pero nada de eso han buscado y seguro ni lo quieren. Son bomberos, gente que salva a gente, criaturas de corazón grande que se dan por nada a cambio. La sociedad que eso permite, ha de reflexionar mucho ¿O no?

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