MAÑANA, día 22, los niños de la lotería darán el pistoletazo definitivo que pone en marcha la Navidad, dulce Navidad. Quiero decir, los pequeños en casa, el Belén, el árbol, los polvorones, etcétera. También está al caer la paga extraordinaria, que cada vez da para menos y vuela antes de llegar, lo mismo que el sueldo adelantado, que apenas si alcanza la última curva de diciembre, tras el saqueo final de los recibos bancarios -hipotecas, préstamos al consumo, facturas, tarjetas de créditoý-. Así llegará enero y su cuesta que cada uno sube como puede y cuyas consecuencias ruinosas sin duda colearán hasta la primavera, si no más.

La Navidad es una fiesta alegre, que por celebrarla, o no poderla celebrar, con alegría, a veces se toca con la tristeza más profunda. Hay quien teme a la Navidad más que a una vara verde. Cada vez somos menos los románticos que queremos recibirla como siempre y cada año son más los que aprenden a capear el temporal de otro modo. Las fiestas y las reuniones familiares están dando paso últimamente a otra manera de celebración: la huida. Ya ocurre masivamente en Semana Santa y se va imponiendo en diciembre: los cruceros están a la orden del día, viajar es la consigna. Como en cada puente o acueducto que conseguimos atrapar durante el año. ¡Qué son hoy en día unas vacaciones sin un viaje! No sé si resultan más baratas o más caras las navidades viajeras, pero sin duda se gana en tranquilidad. "Adiós a todo eso", que diría Robert Graves. Nada de pasarse los días comprando, cocinando, comiendo. Nada de alborotos, ni risas -peleas a veces, ay- familiares.

Adiós a todo eso. Huir de la Navidad es el último grito de la moda. Parece estupendo, prometedor, aunque sea a cambio de perder el sabor tradicional de los ritos y costumbres populares, de las fiestas que acompañaban al tiempo cíclico de las estaciones. Los sabores cambian solos, bien lo sabemos, al ritmo de los tiempos. El ritmo de vida ya no lo marca la naturaleza, y nuestros trabajos -en general- nada tienen que ver con las épocas del año. Las vacaciones se han uniformado, programadas por el consumismo y la conveniencia empresarial.

Por si fuera poco, ese mismo consumismo que nos tiene felices, amargados y aprisionados a la vez, aunque en diferentes proporciones, ha convertido la paz navideña en una vorágine de compras y maxi-reuniones familiares o de amigos. Cansa tan sólo pensarlo. Así que ¡hale! a la carretera o al mar o al aire. Todo sea por unas felices vacaciones. Viajemos, escapemos a ninguna parte.

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