Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

¡Hasta luego, Lucas!

Chiquito fue, en palabras de don Antonio Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno

Hay quien trabaja menos que el ángel de la guarda de los Kennedy y quien empieza tan pronto que le cuesta recordar la niñez. Chiquito de la Calzada pertenece a esa generación a la que no hay que contarle que casi siempre, la cosa está muy mala. Sufrió la guerra civil; se ganaba la vida de flamenco con la misma edad a la que a los niños de hoy se les regala un móvil; vivió la época dorada de los tablaos para turistas en la Costa del Sol; se fue a Japón a cantar cuando la mayoría de los españoles sólo dejaban el pueblo para hacer la mili o emigrar y acabó siendo, casi por azar pero muy justamente, un referente de bondad y honradez en una sociedad demasiado falta de ellos. Chiquito era un señor tan normal que podría ser el vecino de escalera, pero ha sido tan especial para todos nosotros que llevó a España entera a disfrutar, sonreír y reír a carcajadas, gracias a su profundo surrealismo salpicado de palabros inventados que, de una u otra forma, están ya presentes en nuestro vocabulario. Quien no haya dicho alguna vez fistro, no haya gritado quietorr o no puedorr, no puedorr, haya reafirmado sus argumentos con un socorrido te das cuen o se haya despedido con un memorable ¡hasta luego, Lucas!, o es un tipo muy raro o, si es humano no es español y si es español no es humano.

Que los pésames fueran unánimes, desde la Casa Real hasta el común de los ciudadanos y que nadie quisiera hacer propio a quien ha sido, es y será de todos, demuestra que Chiquito fue, en palabras de don Antonio Machado, "en el buen sentido de la palabra, bueno". Si hasta la Guardia Civil se mostraba públicamente orgullosa de ser ya, y para siempre, la meletérica.

Hay chistosos, graciosos, gente que cuenta chistes y Chiquito. Porque Chiquito era como los grandes del jazz que ofrecen lo mejor de sí mismos en una de esas magistrales jam sessions que no han sido previamente, ni escritas, ni ensayadas. Ni falta que les hace. Porque el arte no está en qué cuentas sino en cómo lo cuentas. Las historias con que nos deleitaba Chiquito podían ser conocidas, sabidas e incluso malas de aburrir, pero él, con sus saltos, sus grititos, sus patadas al aire y su forma tan peculiar de contarlas, las elevaba hasta las más altas cumbres del humor, ese sentimiento que, como escribió Churchill, nos consuela de lo que somos. Y es que todos somos un poquito fistros y bastante pecadores de la pradera. Por la gloria de mi madre.

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