Muy difícilmente, a juicio de cualquiera, hubiese llegado a ser –de nuevo– presidente del Gobierno Pedro Sánchez, si en el momento de hacer su oferta al electorado, es decir, en la campaña electoral él y sus pretendientes a diputados y senadores hubiesen dicho, con absoluta claridad sólo una parte de las acciones que están realizando para, primero conseguir y luego mantener un gobierno del partido socialista en este país. Sin embargo, lo cierto y verdad es que, muy al contrario y por boca del propio Sánchez, con una convicción histriónica que hoy, al recordarlo, da miedo, afirmaban insistentemente todo lo contrario: que su política de pactos nunca contemplaría alianzas ni parecidas con las que, no obstante, estableció y mantiene hoy con hampones de la política o políticos del hampa, situados no sólo fuera de la ley, por propia decisión y estrategia voluntaria sino, también, frente al Estado, como lo que verdaderamente son, enemigos del orden constitucional y del estado de derecho que se deriva y sustenta en el mismo.

Sánchez ha llegado a esa alta instancia y magistratura de la nación mediante comportamientos y actitudes propios de un vulgar trilero frente a esos otros, propios y correspondientes a un demócrata respetable y honesto, que hubiesen sido de esperar en una persona de ideas verdaderamente avanzadas que lo presentasen como un honorable servidor público.

En su deriva facinerosa, se ha venido produciendo desde la práctica habitual y cínica del embuste y la mentira –a la que llama simplemente “cambio de opinión”– hasta, por ahora, convertirse en un evidente benefactor de presuntos terroristas y enemigos declarados del orden constitucional y del propio estado; como ellos mismos no tienen empacho en declarar con arrogancia y altanería inusitada, desde la misma tribuna de oradores del Congreso; y para cuyo favor y beneficio no ha tenido empacho en demoler, desde las estancias presidenciales; cualesquiera obstáculos que a estos malhechores les puedan impedir una necesaria responsabilidad ante los estrados de la Justicia, insultando, en cambio y condonando la igualdad de derechos que prometió defender.

Sometido, pues, de este modo y malversada la voluntad mayoritaria de la ciudadanía –con bastardas alianzas que antes negó hacer– desde y en la Cámara Baja del Parlamento, secuestrada la acción de la Judicatura con la colonización ideológica y servil de los altos Tribunales –último refugio de las libertades ciudadanas– y malversada la voluntad e interpretación de las leyes por el desamparo hasta de la Fiscalía, cuya cúspide no duda en contradecirse en interpretaciones serviles, hay que reconocer que Pedro Sánchez, en beneficio propio y a costa de quien se le ponga por delante, supera –aunque burdamente– la finura intelectual del florentino Nicolás Maquiavelo. Así, el Estado Democrático permanece huérfano y sin defensa alguna ¿O no?

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