LA Audiencia Provincial de Sevilla ha condenado a la madre de un alumno a pagar 14.000 euros por la agresión de su hijo a un compañero, al que rompió dos dientes y causó otro tipo de lesiones. El interés de esta sentencia radica en el debate abierto durante el juicio sobre una cuestión cada día más candente: la responsabilidad en materia educativa. La madre intentó negar su deber de educar al menor, de 14 años de edad -la misma que tenía el alumno condenado hace unos días por intento de agresión a su profesor en otro instituto sevillano-, con el argumento de que lo había encomendado al instituto y que, por tanto, eran los profesores quienes no habían realizado "labores suficientes de vigilancia". El Tribunal, por el contrario, afirma que un adolescente no es ya un niño que requiere de un permanente control docente y que su "conducta violenta y excesiva significa que las tareas educativas correctoras ejercidas por los padres no han fructificado, bien por la laxitud a la hora de inculcarlas, bien por la tolerancia en corregir sus manifestaciones violentas". Así, pues, la Justicia estima que los padres no pueden "lavarse las manos" en la educación de sus hijos ni fiarla toda ella a los profesores en los centros educativos y recuerda el deber paterno de guiar, corregir, tutelar y, en definitiva, educar a su prole, una misión cada día menos asumida en la sociedad del siglo XXI. Hace unos decenios predominaba en los hogares un estilo educativo autoritario de los padres. Por el efecto péndulo se pasó a un estilo permisivo en que muchos padres empezaron a tratar a los hijos como iguales; es decir, como amigos o colegas. Al exacerbarse el fenómeno, hay padres que ya han dimitido como tales y renunciado a cualquier control sobre sus hijos (desde lo que hacen en los botellones a lo que hacen en las aulas), como demuestra el caso de esta madre ahora condenada. Reza el adagio que para educar a un niño hace falta la tribu entera, pero no por ello se puede delegar toda la responsabilidad en la sociedad y/o el colegio: la educación, como recuerda la Justicia, empieza -y sigue siempre- en el propio hogar.

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