Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

España y el tablero internacional

España y el tablero internacional

España y el tablero internacional / rosell

Hoy pocos dudarán de que vivamos en un tiempo de profundos y acelerados cambios, que han modificado nuestras costumbres, nuestro entorno vital y hasta nuestros propios pensamientos. Quienes peinamos ya canas desde hace tiempo, por razones de edad, lo percibimos aún con mayor claridad que las jóvenes generaciones, asomadas al mundo de hoy con escasas o nulas experiencias. También ha cambiado, como no podía ser menos, el tablero político internacional y la posición de España dentro de él.

La caída de los regímenes comunistas en la Europa del Este fue saludado en Occidente como el inicio de una nueva época. El mundo sostenido sobre dos grandes bloques ideológicos con sus respectivas sucursales en países más pequeños, aunque amenazador, se había venido manteniendo, a pesar de las tensiones existentes, durante varias décadas después de 1945. Pero las alegrías iniciales inspiradas en la posibilidad de una paz duradera, se quebraron muy pronto: un nuevo reparto de poder y nuevas alianzas surgieron a partir de entonces en el centro de un mundo globalizado, gracias a las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación y la guerra. No es aquí lugar de hacer un recorrido por los conflictos en diferentes países desde el final de la Segunda Mundial, ni de los sucesivos enfrentamientos a nivel internacional, pero sí de que retengamos algunas consideraciones.

La primera afecta al intento más o menos velado de construir un macro poder de carácter mundial con la colaboración de los países, según el guion de la conocida agenda 2030. Se ha querido justificar esto en necesidades inaplazables para establecer unas normas comunes de carácter imperativo con vistas a la salvación del planeta y sus habitantes. Esta supuesta situación de emergencia exigiría, por tanto, la aplicación de una legislación exhaustiva a escala mundial, intervencionista en casi todos los ámbitos, incluidos los más íntimos de la vida personal, a cambio de libertades sexuales extremas y de una ética de corte nihilista. Solo el hombre emancipado tendría en sus manos la construcción de su futuro.

Ni que decir tiene que estos planteamientos han suscitado reacciones de diferente tipo en algunas de las naciones convocadas: la no inclusión de las rígidas medidas ambientales por parte de las potencias emergentes asiáticas, la reivindicación de los derechos y de las tradiciones nacionales frente a las políticas globalistas en el Este de Europa y, más recientemente, en Occidente, son solo una muestra de la desafección.

El tablero mundial asiste asimismo, de forma progresiva, aunque a gran velocidad, a la hegemonía tecnológica de los países asiáticos (recordemos la reciente feria de tecnología móvil en Barcelona) y a una mayor influencia a nivel internacional de los mismos, así como al adelantamiento al coloso norteamericano, que está cambiando de manera cada vez más perceptible la correlación de fuerzas en el mundo.

Mientras tanto, Europa continúa su decadencia, particularmente en los países que componen una Unión sin alma, desvinculada de sus raíces, con un indudable menor peso internacional del que tenía tradicionalmente, una legislación cada vez más rígida y burocratizada, y sin que se perciban avances claros hacia una mayor cohesión. Si esta se mantiene es, sobre todo, como alternativa a un mal mayor.

Por si no bastara, viene afrontando una guerra cruel en el corazón del Continente, que se eterniza, y es muy difícil que Ucrania gane. El apoyo occidental está siendo hasta el presente fundamental para su defensa, pero está limitado por el peligro de enfrascarse en una guerra de dimensiones mundiales, con el añadido de un letal uso de armas atómicas. No quedará, pues, más remedio que firmar la paz con Rusia en las condiciones menos desfavorables posibles para Ucrania. La otra amenaza internacional es la permanente tensión en Oriente Medio, transformada asimismo en guerra, donde el papel de Europa sigue siendo irrelevante y las esperanzas de una paz duradera se alejan estrepitosamente.

En este contexto, ¿en qué punto se encuentra España? No son pocos quienes piensan que su suerte sería aún peor de no pertenecer a la Unión, aunque la deriva de nuestro país hacia un Estado fallido esté cada vez más próxima y el apoyo europeo a su unidad sea prácticamente inane. Los pasos hacia la creación de micro naciones en su interior están ya tan avanzados y la oposición a ellos es tan poco eficaz que, a estas alturas, se nos presenta ya casi como algo prácticamente irreversible, salvo que lo impidiera una fuerza mayor.

Por otro lado, el protagonismo y el prestigio internacional de España son prácticamente nulos, con iniciativas ceñidas a Marruecos aún sin esclarecer, y de amistad con las dictaduras hispanoamericanas más perjudiciales. Todo, en definitiva, parece converger hacia un panorama de inestabilidad, sobre cuyo suelo emerge otra configuración del tablero mundial.

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