Semana Santa

El Señor del Huerto de los Olivos salda una deuda con su pueblo

  • l motrilCentenares de fieles contemplan la salida de la procesión, que el año pasado se tuvo que recoger a toda prisa cuando acababa de partir de su templo por la lluvia

Centenares de fieles se concentraron a las ocho de la tarde en el motrileño camino de Las Cañas, en las inmediaciones de la casa de Hermandad de la Cofradía la Oración de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos y María Santísima de la Victoria, para contemplar bajo un cielo despejado y tranquilizador la salida de la Estación de Penitencia.

El año pasado, unas pocas calles después de la salida, un aguacero obligó al cortejo a deshacerse e irse de recogía, por lo que este año la cofradía se sentía en deuda con el público motrileño y quería completar el recorrido y, de esta manera, poder ofrecérsela al pueblo.

Esta edición era un muy especial para el capataz Carlos Vázquez, que comentaba antes de la salida que estaba "lleno de emoción", ya que después de una reestructuración en el cuerpo de capataces y contraguías ha regresado a estas labores de capataz y volvió a coger el martillo de la imagen de la Virgen con sus respectivos auxiliares.

Entre las novedades de este Lunes Santo, destacaron los adornos florales que se adaptaron a la austeridad que desde la junta de gobierno se había solicitado. La imagen de la Virgen volvió a estar flanqueada por bolas de claveles blancos -como ya se hacía en sus primeros salidas procesionales-, obra de Javier Fernández, que ha recorrido "numerosos kilómetros para acercarse a Motril exclusivamente para montar el paso", según destacaron los hermanos.

En los arreglos destacaron también los gladiolos blancos, rosas blancas, tímidos alhelíes y dentrobium (una variedad de orquídeas), y en el friso, una flor de cera y un lisum turum.

Resaltó entre los estrenos de la Virgen también la cinturilla bordada por Samuel Cervantes en Málaga, una saya antisuz de plata con blondas de tul y bordadas en ojilla del siglo XIX. El rastrillo también era nuevo y un encaje de conchas.

El Cristo, como viene siendo habitual, descansaba sobre una alfombra de clavel rojo con un friso de iris morado.

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