Manías

Erika Martínez

erikamartinez79@gmail.com

Casa del traductor

No aprovechamos la capacidad de los estudiantes extranjeros de transformar nuestro tejido social y económico

Nuestra cultura es cada año un poco más transnacional. No tanto por la intensificación migratoria, muy controlada políticamente, como por la radical movilidad de ideas que lleva aparejada la existencia conectada a la red. Nuestro interés por lo que se escribe en otras lenguas es cada vez mayor y, por raro que parezca, nuestra ciudad tiene algo que decir al respecto.

Granada posee el Grado en Traducción e Interpretación más solicitado de España y también la nota de acceso más alta de la especialidad. Durante sus años de formación, disfrutamos de los mejores estudiantes de idiomas, que se encuentran además con un ambiente universitario singularmente internacional (nuestra universidad es el primer destino Erasmus de Europa). Luego permitimos que se vayan. Aunque el trasiego de estudiantes extranjeros deja su impronta, no aprovechamos el tiempo que pasan entre nosotros, su capacidad de transformar nuestro tejido social y, por qué no, económico. La ciudad crecería mucho, o al menos eso pienso, si convirtiéramos todo aquello que pueden ofrecernos en un objetivo prioritario.

Podríamos, por ejemplo, poner más medios para que un buen porcentaje de esos estudiantes efímeros alargara sus estudios y permaneciera en Granada. Eso mejoraría nuestros vínculos con otros países, facilitando redes humanas mucho más profundas que el turismo. Podríamos también brindar oportunidades a ese torbellino de excelentes traductores que salen graduados de nuestra universidad y nunca vuelven. Está claro que no podemos garantizarles el volumen de encargos que tendrían en una gran capital, pero es perfectamente posible, en plena era del teletrabajo, que traduzcan de forma autónoma para empresas y editoriales de fuera mientras residen aquí. Porque la ciudad es preciosa y barata. Porque la vida cultural aquí merece la pena y tenemos una magnífica actividad editorial. Y porque algún día sabremos ofrecerles el marco institucional que merecen. Tal vez una Casa del Traductor (lo sugirió hace poco una premio nacional que sí vive entre nosotros); una casa que podría llamarse Yehudá ibn Tibón, como el judío granadino cuya estatua nos saluda al entrar al Realejo y que es -aunque pocos fuera del gremio lo sepan- el patrón de los traductores.

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