Nuevas amistades

A medida que el amor romántico pierde efectividad, pueden encontrarse fuentes capaces de alimentar otros tipos de relación

En Francia, el nuevo primer ministro ha asumido su cargo sin que ningún medio publico resaltara su homosexualidad como rasgo personal destacable. Su trayectoria política anterior ha sido lógicamente objeto de valoraciones, pero esa silenciosa discreción sobre la vida privada de Gabriel Attal prueba, una vez más, la madurez de la sociedad francesa. Un buen ejemplo para otros países, en los que tanta gente vive todavía de escandalizarse, señalando ortodoxias y pecados. Llevan los franceses cientos de años así, abriendo caminos en costumbres amorosas y, apadrinando iniciativas en el difícil mundo de las relaciones sexuales. Hasta tal extremo que podría decirse que la literatura erótica, esa forma de hurgar en la psique del amor, es una invención francesa. Buen ejemplo de ello lo dio, hace exactamente dos siglos, un socialista utópico, Fourier, que imaginó “un nuevo orden amoroso”, especie de arcadia sin represores ni reprimidos. Él mismo se propuso, tras exponer la teoría, llevarlo a la práctica con notable, aunque breve acogida. Por esos mismos años, un liberal exilado español, Abreu, conoció de cerca las propuestas fourieristas y, al regresar a España, estableció, en las proximidades de Jerez, un falansterio, experimento de un nuevo tipo de comunidad, cuya curiosa existencia andaluza ha sido pocas veces recordada. Todo este preámbulo viene provocado porque esa querencia francesa –que parecía dormida desde finales de los años sesenta del pasado siglo– vuelve a removerse. Y ante los desajustes y problemas que siempre plantea la vida amorosa en pareja en un entorno de familia nuclear, una serie de grupos –de momento una cantidad discreta, pero que ya rebasa el carácter meramente testimonial– están potenciando, con su ejemplo, otras formas privadas de convivencia. Además, como suele ser habitual en Francia, estas iniciativas vienen avaladas por una buena tanda de libros, síntoma de que no es solo una moda pasajera. Así lo prueba la obra de Alice Raybaud, Nos puissantes amitiés (La Découverte), un título clave de este movimiento, en el que aporta apoyo teórico para recuperar posibilidades olvidadas del viejo concepto de amistad. Como ya mostró muy bien Montaigne, a medida que el idealizado amor romántico pierde efectividad para aglutinar relaciones, en una nueva revisión de la amistad pueden encontrarse fuentes capaces de alimentar, con otra orientación, tipos de relación que se han ido apagando. De momento, cuando menos en Francia, estos focos experimentales, basados en nuevas formas de amistad, van cobrando fuerza.

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